TDtesde que las guerras han dejado de llamarse guerras, el mundo vive episodios bélicos a todas horas con la particularidad de no denominarse así. Puede ser otra consecuencia del antaño talante sociata que todavía arrastramos, el del todo es bonito y bueno, somos los mejores y si algo no gusta lo ignoro o disfrazo. Las guerras son feas de toda la vida, y su feísmo intrínseco no lo cambia --ni antes ni ahora-- el hacer desaparecer la palabra o relegarla a etapas denostadas. La guerra de verdad mata siempre aunque lo haga en acto heroico. En cambio, las misiones de paz o educativas no están diseñadas para morir ni matar sino para llevar cánticos alegres y abrazos amistosos a pueblos anhelantes de recibir paz y amor. Para estas no son precisos tanques ni soldados, así que ya está bien de contar mentiras. Cansa tanto léxico torticero, tanto ejército de cartón piedra analfabeto volando por los aires cuando menos lo esperan, tanta ministra vacua soltando discursos de paz en medio de la más pura guerra. Afganistán no es Irak, dicen, ¿y qué?, es la guerra la que es la misma guerra, la que mata porque tiene armas y dos bandos enfrentados, que son los únicos dos argumentos necesarios para que exista, más allá de Bush , de Obama , de Rubalcaba , de los talibanes o de la madre que los parió a todos. Y en las guerras hay guerreros, aunque quede mejor llamarles infiltrados y a sus episodios bélicos accidentes. Claro, que también son feas las películas de Torrente y hay quien disfruta con ellas. Tanto, que a la última entrega, para colmo en 3D, lo llaman obra cumbre del cine chusco. Bien podría ser Afganistán la cima de la no guerra. Con sangre y todo, como en las cintas gore.