El pasado mes de enero, las listas de libros más vendidos en Estados Unidos daban la medida de los temores que ha suscitado la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca (al menos entre los estadounidenses que compran y leen libros). 1984, de George Orwell, la alegoría de un futuro sometido a un régimen totalitario que ha creado una nueva lengua y una verdad alternativa, se estaba agotando en las librerías (por cierto, esta semana el libro ha vuelto a entrar en la lista de los más vendidos). Fue un fenómeno asociado al debate sobre el uso creativo de eufemismos para justificar las mentiras de la Administración Trump, esos hechos alternativos, pero no un caso aislado.

La prensa norteamericana ha ido detectando otros casos en el que distopías totalitarias han experimentado un incremento de sus ventas en los últimos tiempos: sobre todo No puede suceder aquí, la obra de Sinclair Lewis de 1935 (llegó al número 4 de Amazon) que pretendía alertar del peligro de un régimen autoritario inspirado en los fascismos europeos, después de que un demagogo derrote por sorpresa en las elecciones a Roosevelt, con un programa patriotero; el mismo El hombre en el castillo, de Philip K. Dick; Un mundo feliz de Aldous Huxley (después de que varios columnistas advirtieran, como ya hizo hace muchos años Neil Postman en Divertirse hasta morir y han recordado los guionistas de Black Mirror, que en nuestro mundo es más probable un control absoluto a través del entretenimiento que de la violencia), Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Rebelión en la granja de Orwell, y El cuento de la criada de Margareth Atwood, son algunos ejemplos.