Al festival del Castell de Peralada se acude con traje largo. A la wagneriada de Bayreuth se lleva corbata. Al festival de Mérida se va con bolsas, con cojines, con neveras y merenderas. El evento extremeño es a los festivales de verano lo que el trofeo Teresa Herrera a los torneos veraniegos de fútbol: una fiesta donde se mezclan el espectáculo, la merienda-cena y la diversión.

A veces, la prensa se fija en estos detalles emeritenses y los festivaleros de toda la vida se mosquean y replican en los periódicos, pero no debieran hacerlo. Excepto en casos aislados, esas informaciones no hacen otra cosa que constatar el encanto de un festival que donde verdaderamente tiene gracia, personalidad y diferencia es en la grada alta, la de las entradas baratas sin numerar.

En el teatro romano hay varias zonas: en la parte baja u orchestra están los matrimonios elegantes en traje de cóctel, las pandillas de profesoras con subidón cultural, los portugueses con posibles y los emeritenses de buenísima familia. En la cavea central se ven muchas parejas de novios y de amantes, muchos turistas con máquina de fotos y muchos grupos de extremeños (sobre todo de Almendralejo, Don Benito, Zafra, Badajoz, Villanueva y Villafranca) que todos los años acuden un par de veces al festival.

TIOS RAROS Finalmente, en la cavea lateral se sientan los excursionistas de agrupaciones culturales, asociaciones de amas de casa y municipios con inquietudes. Además, salpicadas aquí y allá están las guindas del pastel, también llamadas tipos raros: señores en trance cultural que gastan luenga cabellera blanca, túnica de lino y gestos demorados, señores del tipo esa cara me suena, pero no caigo y que todo el mundo imagina que son artistas, o pensadores, o simplemente tíos raros de Madrid o de Lisboa.

Luego están los días de estreno, cuando se deja caer por el palco María Jiménez, Alfonso Guerra o algún académico a quien nadie conoce, pero es académico porque lo dice la grada. Ultimamente se ve poca gente de Cáceres. Antes, cuando la región era un desierto cultural durante el invierno, no había más remedio que acercarse a Mérida para asistir a espectáculos de altura. Ahora, al menos mientras no haya autovía, se ven pocos cacereños en los asientos.

El espectáculo en Mérida no es la obra o el concierto en sí, sino que empieza ya con los prolegómenos. Las calles cercanas están repletas de mesas con turistas cenando y de cazadores de comensales que te entregan folletos de restaurantes y te relatan excelencias culinarias. Una hora antes, los veteranos de la cavea sin numerar hacen cola con sus bolsas llenas de grandes cojines porque la grada alta es irregular y las nalgas se resienten.

También llevan bebidas y comida y cuando el espectáculo amenaza ser muy largo, como ocurrió el pasado fin de semabna con las tres horas de la ópera Norma , entonces ya llevan directamente grandes neveras con la cena. Esos espectadores son los que más entienden del festival. Llevan yendo años y años y no tienen reparo en criticar o alabar sin ninguna inhibición.

El acceso al recinto del teatro romano es lo más emocionante, sobre todo para los novatos: los pebeteros con su llama oscilante y elegante, el olor a esencias orientales, el misterio de las piedras y los cipreses y la cafetería elegantísima con sillas vestidas de blanco y botellas de cava por doquier despiertan la sensualidad dormida del más escéptico. Además, como en el Coliseo de Roma, hay decenas de gatos entre las piedras, cuyos maullidos prestarán encanto a la función en los momentos de silencio sublime.

Una vez acomodados, comienza el frenesí fotográfico. Las cámaras digitales y los aparatos de vídeos minúsculos funcionan sin parar y el preludio de la obra resulta muy interesante con tanta chica guapa y tanto caballero bien puesto posando para la ocasión. En algunas funciones se ve una fila entera vacía a pesar de que el resto del teatro está hasta arriba. Son las localidades reservadas para invitados, que muchas veces fallan y entonces sucede como antaño con el último toro, que abrían las puertas y entraban los avisados. En Mérida, esas localidades son ocupadas en tropel por grupos de personas que esperan en algún lugar y llegan en el último segundo.

Por fin comienza la función y te lo pasas bien o te aburres, pero lo importante es que, entre unas cosas y otras, has pasado una noche especial en un festival que a veces es más entretenido antes de que empiece el espectáculo que durante su desarrollo.