La corrida de rejones del Martes Mayor placentino resultó muy brillante. La imagen final, en la que Moura hijo, Leonardo Hernández y el mayoral de la ganadería de Castillejo de Huebra salían a hombros, era el mejor reflejo de lo sucedido en una noche en extremo vibrante.

Moura padre, el maestro de Monforte, no acompañó a sus dos alternantes, pero ello no fue óbice para que dejara patente que sigue siendo un gran torero a caballo. Aquel toreo a dos pistas o de costado que él trajo al rejoneo, se ha impuesto y tornado clásico. Una forma de torear que tiene continuidad, pues a una brillante preparación, eligiendo los terrenos apropiados, sucede el ir al toro con elegante lentitud, clavando al estribo para rematar haciendo del temple un aditamento fundamental.

Así toreó Moura a su primer astado, soso de salida pero al que hizo ir a más. Y así sucedió ante el cuarto, un animal reservón al que atacó en corto. Y es que si al torero hay que juzgarle en función del toro, Joao Moura estuvo soberbio, y sólo su mal uso del rejón de muerte, algo consustancial a él, le impidió cortar trofeos.

Joao Moura hijo alternaba con su padre. Tuvo un gran lote y de su primero paseó dos trofeos tras cuajar un buen tercios de banderillas, mejor en las preparaciones y en los remates que en los embroques. También al quinto le hizo una faena de menos a más, que alcanzó su cénit sobre Belmonte, el equino estrella de su cuadra. Leonardo Hernández llegó a Plasencia tras su gran triunfo en la lisboeta plaza de Campo Pequeño, la catedral del toreo. Dejó crudo a su primero, al que clavó un único rejón de castigo, y ese animal regaló templadas y sostenidas embestidas. A ellas correspondió el rejoneador con un curso de buen toreo, clavando bien y alegre en los remates.

Completó su noche ante el sexto con un buen tercio de banderillas, luciendo sobre Quieto, un caballo valiente y expresivo.