La aseveración de que a los obispos se les consulta ahora menos que en la época de Pío XII, antes de la celebración del Concilio Vaticano II, podría explicar, en cierta forma, la falta de esmero que se pone en algunas designaciones de prelados.

El último escándalo ha tenido como víctima la diócesis austriaca de Linz, a la que en febrero el Papa envió como obispo auxiliar a un sacerdote, Gerhard Maria Wagner, que ha mantenido públicamente que el huracán Katrina que asoló Nueva Orleans constituyó un merecido castigo divino. Wagner asegura que los libros sobre Harry Potter son obras "satánicas". El nombramiento del obispo auxiliar ocasionó una sublevación en la diócesis y el propio prelado ha renunciado a él.

El caso recuerda la elección, a finales del 2006, de Stanislaw Wielgus como arzobispo de Varsovia. El día de su entronización, el 7 de enero del 2007, renunció al cargo tras admitir que había colaborado con la policía secreta del antiguo régimen comunista. El problema es que, pese a que habían circulado informaciones periodísticas que incriminaban al prelado en aquellas actividades, Ratzinger optó por ratificarle.