TAthora que los políticos se tiran los trastos a la cabeza sobre la privacidad de las líneas telefónicas quisiera manifestar mi malestar con eso que se llama "número oculto". Desde hace unas semanas me llaman todos los días a través de ese sistema. La verdad que al principio no cogía el teléfono, pero fue tal la insistencia de quien hacía la llamada que descolgué el móvil. Mal asunto: cortaban nada más escuchar mi voz. Aquello empezó a escamarme. Además, las llamadas eran a horas intempestivas: las tres y media de la tarde, las diez de la noche, las ocho y media de la mañana...

Después, curiosamente, sólo se escuchaban una especie de jadeos femeninos, lo cual excitó mi imaginación a la par que mi irritación. Finalmente, mi interlocutor contestó. Era un hombre de voz grave.

--¿La señorita Virginia Ruano por favor?

--No mire, deben haberse equivocado porque evidentemente no soy yo. Por favor, dejen de llamarme.

--Disculpe, señor, le borraremos de nuestras bases de datos.

Pues menos mal que me borraron, porque al día siguiente me empezaron a llamar mañana y tarde. Me di cuenta que los supuestos jadeos femeninos eran debidos a algún error de la centralita automática desde donde partía la llamada. Hace un par de días le expliqué por enésima vez que yo no soy Virginia Ruano y me atreví a preguntarle que por qué querían localizarla y que si era de Cáceres. "Lamentamos no poder ofrecerle ese tipo de información, ya que es confidencial", me contestaron. Y me sigo preguntando por qué están permitidas en este país las llamadas con número oculto, método vil y torticero. Refrán: A quien te engañó una vez, jamás le has de creer.