Horas después de que Juan Pablo II recibiera hace 24 años en audiencia a Felipe González, el primer presidente de un Gobierno de izquierdas desde la Segunda República, el Papa polaco levantó la suspensión del estudio de las causas de beatificación de la guerra civil, a las que Pablo VI había dado largas. Hoy, coincidiendo con el 25 aniversario del ascenso del PSOE al poder, 498 mártires de la contienda (siete de ellos sacrificados en Extremadura), casi todos sacerdotes y religiosos, serán elevados --junto a otros dos fallecidos en 1934-- en Roma a los altares en el mayor acto de beatificación de la historia. Con esos 498, se acercan al millar las víctimas fieles al bando nacional que están en el santoral desde 1987.

Los obispos españoles, erigidos en los grandes promotores del acto, han logrado salvar el escollo de las normas fijadas por Benedicto XVI, que imponen que las beatificaciones se celebren, salvo excepciones, en los respectivos países de los homenajeados. La fiesta religiosa tendrá lugar en el kilómetro cero del catolicismo, la plaza de San Pedro, "en el lugar apropiado, junto a los sepulcros de Pedro y Pablo", según la Conferencia Episcopa, lo que dará brillo al acto.

DIVIDENDOS DE UN VIAJE "El Papa no es un entusiasta de estas beatificaciones, pero ha tenido que transigir a las peticiones del episcopado, empeñado en llevarlas al Vaticano, que no se ha conformado con que se realizarán en la basílica de San Pablo Extramuros", reconocen fuentes próximas a la Santa Sede. "El éxito del viaje a España puede haber contribuido a la decisión papal", añaden. Tras el paso de Ratzinger por Valencia, en julio del 2006, la Iglesia logró desencallar, por ejemplo, la eterna cuestión de su financiación a través del IRPF, que fue mejorada.

Casi todos los obispos españoles en activo, arropados por unos 25.000 peregrinos, a los que se sumarán las decenas de miles de turistas que todos los domingos acuden a ver al Papa, llenarán esta mañana la plaza para honrar a aquellos hombres y mujeres asesinados sin miramientos, cuando no torturados, por las patrullas de milicianos durante el segundo semestre de 1936.

El reproche más fundamentado que han recibido esas beatificaciones se refiere a la celeridad, la premura de tiempo con la que se han cerrado. Solo 70 años después de que se registrasen los trágicos sucesos a las que se remiten. Y lo que es peor, transcurridos 30 años desde la desaparición formal del régimen franquista que porfió por ellas. Máxime cuando se compara con otras matanzas religiosas, como la perpetrada en la Revolución francesa, cuyos mártires se están beatificando 200 años después.

"Falta perspectiva histórica para enjuiciar lo sucedido", argumenta el historiador y monje benedictino Hilari Raguer, contrario a las beatificaciones, puesto que él sostiene que fueron víctimas de una persecución política y no estrictamente religiosa como requiere la condición de mártir de la fe, dado que se percibía a la Iglesia como aliada de la sublevación militar. Nadie cuestiona que haya que honrar la memoria de los masacrados, la mayor parte de las veces por llevar una sotana, en aquel episodio de locura, pero beatificarles es harina de otro costal.

"Las intenciones de los asesinos han de deducirse del contexto, pero este aún no ha sido suficientemente estudiado. Los fondos del Archivo Secreto del Vaticano abacan de abrirse y hasta dentro de un año no podrán consultarse", argumenta Raguer.

Uno de los más activos representantes del ala dura del episcopado, su secretario general, Juan Antonio Martínez Camino, no ocultó días atrás en Roma, el sentido de la ceremonia de hoy: fortalecer la fe de los católicos "en momentos de especial dificultad" para la Iglesia en España, cuyos jerarcas mantienen que es objeto de "persecución" por parte del Gobierno.