El primer recuerdo que guarda mi memoria son unas manos de niño animándome a acudir a sus brazos. Yo presumo siempre de que esas manos eran las de mi hermano Bienve cuando me enseñaba a andar. Pero es mentira. Mi memoria no llega tan lejos. Cuando amplío el marco, aparece su carita de pillo, esos ojos despiertos, y un bebé sujeto a una silla tumbada dando pasos vacilantes. Es mi hermano Pedro. Yo solo observaba la escena. Pero sé que podría haber sido la protagonista igualmente, porque lo que mi corazón guarda, aunque mi memoria no alcance a recordarlo, es que mi hermano Bienve estaba siempre cerca de mí cuando era una niña. Cuidándome, enseñándome, protegiendo un espacio que en la casa de una familia numerosa siempre tiene que ser compartido.

Luego crecimos. Yo dejé de necesitar su protección y él formó su propia familia, a la que ha mimado, protegido y amado con la dedicación de la que solo son capaces los más generosos. La vida, hasta ahora, también había sido muy generosa con él. Su mujer, sus hijas, su nieto, su enorme familia, los amigos, tantos amigos que le quieren…Pero la vida, como dice mi sobrina Laura, es injusta, y acaba de llevárselo para siempre. Ya no está. Ni su risa, ni sus manos en los bolsillos empujando los pantalones hasta espacios indiscretos; ni sus expresiones, que solo eran suyas, ‘oye, oye, primo’; ni sus arranques de mal humor, que siempre le duraban poco, pero se oían mucho… Ya no está.

Trato de escribir esta carta de agradecimiento desde hace días, pero las palabras no me salen. El dolor las tiene secuestradas, porque al escribirlas se harán irreversibles, igual que su ausencia. Ya no está. Su cerebro se rompió.

Aprender a vivir es muy difícil; a morir ni siquiera nos enseñan en esta cultura nuestra de lo efímero. Qué paradoja. Deberíamos vivir el momento como si fuera el último, deberíamos decir siempre la palabra verdadera; deberíamos abrazar todos los días a los que queremos y decirles cuánto les queremos… A mi hermano no le hizo falta todo eso. Cuando su voz se ha callado para siempre todos hemos sido conscientes de quién era y de cómo quería vivir. Y ya no hay peros ni peras que valgan, porque ya no está y el espacio que deja entre él y nosotros es tan grande, tan grande…Viviremos sin él, ya lo sabemos, pero no es cierto que a eso se acostumbre uno. Todos los que hemos perdido a alguien a quien amamos sabemos que una ausencia es una amputación definitiva en el alma. Veremos cómo el mes de mayo vuelve llegar sonriente a nuestras vidas alguna vez, aunque ahora cueste imaginarlo siquiera, pero este dolor nuevo que provoca su ausencia estará con nosotros el resto de nuestra vida, aposentado en nuestra cabeza, latiendo en nuestro corazón como una herida perpetua.

Pero basta de palabras, que ahora salen liberadas de la cárcel del dolor. Esta carta solo quería ser una respuesta de agradecimiento al calor enorme que nos han proporcionado las cientos de personas que nos acompañaron en el duelo y en el funeral de mi hermano Bienve. Nunca pudimos imaginar que tocase a tanta gente con su cariño. Desbordados por las circunstancias y un poco atontados por la pérdida nos queda el consuelo de saber que mi hermano pasó por la vida sembrando el afecto de tanta gente.

En nuestra casa se ha ido la risa y se ha asentado el llanto. En mi corazón ha nacido el deseo de que esas manos que de niña me animaron a mí y a mi hermano a caminar, ahora se conviertan en alas de mariposa y vuelen para abrazar nuestros abrazos allá donde estén. Siempre.