TPtara ver lo mucho que ha cambiado España en los últimos cien años sólo hay que pensar en el prestigio que ha adquirido eso que ahora llaman cocina tradicional cuando hasta hace bien poco lo tradicional entre nosotros era el hambre. Julio Camba, Alvaro Cunqueiro o Néstor Luján se habrían asombrado muchísimo no sólo de ver que los canales de televisión han proliferado como setas, sino que cada canal, junto a su programa del corazón, tiene un programa del estómago. Mi padre no para de contar que cuando era niño imaginaba que la felicidad debía consistir en que un día su padre le riñera por tragón. Porque lo normal era levantarse con hambre y acostarse en ayunas. Así que es lógico y comprensible que ahora piense que vivimos en el mejor de los mundos posibles: en el mundo donde los cocineros son estrellas mediáticas y las recetas de cocina son el plato fuerte de la empresa editorial. Hay cocineros que cobran por una conferencia más que un nobel de literatura. Y ese no es mal signo: sería estupendo que por una vez el estrépito de las cazuelas hiciera acallar el ruido de las bombas y el rumor de la gente sorbiendo sopa se alzara sobre la palabrería de los malos políticos. Ya decía Lin Yutang que nuestras vidas no están en la falda de los dioses, sino en la falda de nuestros cocineros. Por eso reconforta saber que cocineros extremeños y productos extremeños estuvieron presentes por primera vez en la V Cumbre Internacional de Gastronomía que se celebró en Madrid Fusión. Ellos son los embajadores de nuestro progreso. El día que Extremadura conquiste el estómago de España, será la señal de que estamos listos para comernos el mundo.