Soy un tipo optimista, a pesar de todo. Es bueno ser optimista, pero con moderación, ver la vida de tal forma que cuando llega el marrón gordo se pueda buscar el lado positivo, y si no lo hay, inventarlo. No obstante hay que tener cuidado, ya que a veces el lado más positivo puede ser el más cabrón. Eso le pasa al Vaticano, que en sus apreciaciones suele ser muy optimista. Demasiado. Ellos tienen su técnica y la trabajan. Por ejemplo, a los homosexuales los utiliza como comodín cada dos por tres para buscar el lado más optimista, quiero decir que un homosexual lo mismo les vale para arreglar el problema de la desestructuración familiar que el de la pedofilia. Bueno, debería haber dicho efebofilia, porque la pedofilia casi no se da en la Iglesia, eso es cosa de otros sitios. No lo digo yo, lo ha dicho Silvano Tomasi , observador permanente del Vaticano ante la ONU, en una reunión del Consejo de Derechos Humanos. El tipo, con todo su lado más optimista, ha asegurado que no se debería hablar de pedofilia en la Iglesia, sino más bien de religiosos homosexuales atraídos por efebos, es decir, adolescentes de belleza afeminada, y de entre 11 y 17 años, no menos. Es que hay que ser muy pero que muy optimista, y también muy cabrón, para hacer definiciones así buscando el lado positivo. Recuerdo haber leído un reciente estudio aparecido en una revista médica en el que se aseguraba que los optimistas tienen un problema: suelen engordar más que los pesimistas. Yo creo que el problema de la Iglesia no es de peso, sino de lastre, el lastre que van dejando a los demás cuatro optimistas radicales. Yo, a pesar de todo, sigo siendo un tipo optimista. El Vaticano también.