TVtoy a hablar del tiempo. Por la ventana, a las tres de la tarde en que escribo, entra un airecillo agradable. Esto es lo que me gusta. Poder estar al sol sin abrasarme y poder vivir sin tener que recurrir a la climatización. Luego llegará el invierno pero, de momento, estamos en otoño. Epoca magnífica para salir al campo, y si llueve, aunque sólo sea un poco, ir al campo a recoger espárragos; claro, eso si los ayuntamientos no se empeñan en cobrarnos por recolectar un pequeño manojo. Otoño. Las conversaciones sobre el tiempo entre los compañeros de viaje en ascensor han perdido en estos días el matiz de recurrencia. "Qué calor, qué frío". Ahora esa charla convencional tiene otra vivacidad, otra alegría. "Qué temperatura más agradable, voy este fin de semana a ver si aún cojo algo de la berrea". Esto me lo decía el trabajador de una empresa situada en el mismo edificio que la mía. Minutos antes, en el ascensor de casa, coincidí con un vecino y su pequeña hija. La llevaba a la guardería. Son las cosas del otoño, la vida retoma su ritmo y la climatología nos proporciona un dulce bienestar. Los que pierden son los abuelos que deben quedarse con los nietos menores --no todo el mundo tiene acceso a las guardes -- y llevar a los mayores al colegio. En eso quedan de momento los esfuerzos por conciliar la vida laboral y la familiar.

Mientras sigo disfrutando del airecillo, entre las palabras que la mente me dicta, se me cuelan proyectos con los que disfrutar de este tiempo venturoso. La intensidad de las ideas está borrando la línea argumental de esta columna. Cuando ustedes lean esto, lo más seguro sea que esté en algún pueblecito de Portugal recorriendo su mercadillo de frutas y verduras, o perdiéndome en alguna tienda de antigüedades de las que en esos pueblos tanto proliferan. Es otoño. Y he hablado del tiempo.