Pasa hasta en las mejores familias: o no se casan los hijos, o se casan todos a la vez. A las casas reales les han tocado dos bodas en mayo. El príncipe Felipe y Letizia Ortiz (en la foto de la izquierda, el 5 de noviembre, en la petición de mano) contraerán matrimonio el sábado 22 y, ocho días antes, el día 14, lo harán el príncipe heredero Federico de Dinamarca y Mary Donaldson (a la derecha, el 8 de octubre, en el anuncio del compromiso).

Menudo trajín de príncipes y princesas arriba y abajo, porque Felipe de Borbón y Federico de Dinamarca son contraprimos y tienen parientes comunes que irán a las dos bodas.

El príncipe danés es hijo de la reina Margarita de Dinamarca, cuya hermana menor, Ana María, está casada con Constantino de Grecia, hermano a su vez de Sofía, reina de España y madre de Felipe. Es lo que tenían hasta ahora las casas reales: todos eran primos. Pero nada es lo que era y, al paso que vamos, los parentescos entre la realeza serán menores que los fraternales lazos que unen a George Bush y José María Aznar.

Durante siglos, las familias reales contrajeron matrimonio entre ellas para conservar sus privilegios y engrosar sus patrimonios. Ahora se casan, incluso, contra ellos mismos. Es decir, ser princesa ya no sólo no cuenta para casarse con un príncipe, sino que, incluso, es un hándicap. En la realeza también se aplica la discriminación positiva. En los últimos compromisos (Guillermo y Máxima de Holanda y Haakon y Mette-Marit de Noruega) se ha primado la condición plebeya de las elegidas. Las próximas bodas reales, en Dinamarca y España, van en esa línea.

Y si Federico y Felipe comparten tíos y antepasados, para unir genealógicamente a la abogada australiana Mary Donaldson con la periodista española Letizia Ortiz habría que remontarse a Adán y Eva, que son los padres de la humanidad.

NO OFENDER A NADIE Las dos bodas tendrán mucho en común. Reyes, príncipes y princesas serán los invitados más significativos. Algunas casas reales tendrán que hilar muy fino para quedar bien con ambas familias: no hay nada más conflictivo que intentar no ofender a una parte u otra de la familia. Habrá que seguir a Marie-Chantal Miller, la reina del glamour regio, casada con Pablo de Grecia, primo del heredero español y del danés.

Victoria de Suecia, la única heredera por casar (al margen de Alberto de Mónaco, perdido ya para la causa matrimonial), también sigue la estela de sus homólogos masculinos. Y, aunque tiene una pareja plebeya, todavía puede dar la sorpresa. Nicolás de Grecia, soltero y guapetón, aún no ha perdido la esperanza de conquistarla. Sería la única boda real de verdad de la actual generación de príncipes: sangre azul al cien por cien.

Pero si es verdad que algo debe cambiar para que todo permanezca igual, hay que reconocerles a las monarquías un afán de superación encomiables.

En las bodas reales de la próxima generación habrá más Ortiz, Zorreguieta, Marichalar, Urdangarín que Borbón, Orange y Habsburgo. El curso de la historia o se encauza o se desborda.