TDtile al niño que baje la música o te quedas sin parroquia. Los asiduos al bar de mi padre no es que fueran de una pasta especial, es sólo que en el umbral de los años setenta la guerra entre generaciones era una guerra entre estilos musicales. Los viejos atacaban con acordes de la Niña de la Puebla o con lamentos de Fosforito y nosotros corríamos a guarecernos en los pantalones de tubo de Tequila o en las patillas de Serrat . Huérfanos de otra autoridad solvente, nos hicimos escuderos de trovadores. Mi arma secreta era Pablo Guerrero . Este hombre tenía un verso para cada desconchón del alma. Su canción radiante, elegantísima, sirvió para que mi adolescencia no se despeñara más de lo preciso por los barrancones de la melancolía. Fue él quien me enseñó que nada es fácil y tampoco la vida, que en los momentos de grisura basta una canción de amor para convertirme en un muchacho con alas en las manos. Pero si le cantabas estas cosas a la persona equivocada te miraba con ojos extraviados y salía de la taberna haciéndose la señal de la cruz. En una época en la que lo moderno era Boney M , ponerte del lado de Pablo Guerrero era ya una declaración de principios. Cómo no festejar el disco homenaje que Ismael Serrano le hace ahora, si nunca como ahora ha sido tan necesaria la presencia de poetas que hagan reverdecer el huerto de las palabras viejas. Lírico porfiado, lo suyo nunca fue la canción protesta; por el contrario, quienes protestaban eran los demás cuando yo ponía sus canciones en las tardes de morriña. Dile al niño que baje la música o te quedas sin parroquia. Y yo bajaba la música, pero sin prisas. España y yo somos así, señora.