THtubo un tiempo en que me acercaba al café Gijón por ver si la suerte me ponía delante a Francisco Umbral . No sé a qué ese empeño, porque ni habría sabido qué decirle ni él hubiera sabido cómo escucharme. Pero yo de todos modos iba porque mi admiración por ese hombre era mucha y venía de muy atrás. Ya ni recuerdo los años que he gastado admirando sus columnas, sus libros, el modo en que labró su vida. Hay mucha gente que ignora que su verdadero nombre era Paco Pérez Martínez , que era larguirucho y desgarbado y que los niños en el colegio le decían "largo de pata y estrecho de culo, maricón seguro". Para eso se inventó el Umbral, para huir de los niños lenguaraces. Y levantó barricadas de palabras contra lo plebeyo, trincheras contra esa masa cerril que devora lo que no comprende. Ese es el secreto de su dandismo, de su bufanda, de sus guantes amarillos, de su melena romántica, de su palabra altiva. En un alarde de ironía, escapó de lo prosaico cincelando la mejor prosa del siglo XX. Escribió en una ocasión: "todo hijo único lleva en la sangre un vedetismo poco apto para el contacto íntimo con los demás. Un sentimiento de criatura impar, entre orgulloso y egoísta. Su verdadero hogar es la soledad". Pero yo no creo que su singularidad radicase en ser hijo único sino en ser dos seres distintos: un Pérez de carne y un Umbral de literatura. El Umbral siempre a punto de estrangular al Pérez con un fular. Yo admiraba su prosa sin paliativos pero, sobre todo, admiraba esa obra de ingeniería que fue su vida. Un día le encontré por fin en el café. Solo y enfermo, pasó a mi lado arrastrando los pies. Le miré como habría mirado a Larra , con la boca amordazada por el respeto. Ayer hizo dos años que murió. Pero sólo el Pérez. Umbral es palabra inmortal y rosa.