TLta madurez consiste en recuperar las imágenes de la adolescencia. Antes de los 20, e incluso después, vas por la vida mirándote el ombligo, conociéndote a ti mismo, y no te interesa demasiado el entorno. Pero sin que te des cuenta, las imágenes de esa época se van grabando en la memoria y con los años, la nostalgia se encarga de recrearlas y disfrutarlas. A veces, en la intimidad doméstica y acogedora de tu cocina, o en la distendida penumbra de un café silencioso y sosegado, o paseando por las calles solitarias del domingo... A veces, te embriagas de lucidez y juegas con tu pareja a rebuscar estampas en el álbum sepia y dulzón de lo pretérito y ella desmenuza los detalles de aquellas mañanas cacereñas de invierno y adolescencia, cuando iba desde el colegio menor Luisa de Carvajal hasta las aulas del San Antonio. Y temblaba el crepúsculo sin atreverse a desvelar el oro viejo de la parte antigua, y la niebla derrotaba la luz difusa de las farolas, y cruzaba Santa María un fraile recién sacado del Mester de Clerecía, cubierto con su capucha medieval, abrigado por su hábito milenario.

Y tiembla el café en la taza, y quiebra un grajo el espejo límpido, azul y mudo, del cielo del domingo, y borbotea un guiso ancestral en la cocina, y refieres tu niñez yendo a clase al Paideuterion en las tibias tardes de mayo, con las acacias estallando en las avenidas, las rosas de olor azucarando las plazas y un ansia resonando en tus adentros. Y así, gracias a estos ratos y a este lembrar lírico y mulso rescatas la belleza que te hurtó el ombligo, recuperas los paisajes de tu vida.