TPtues qué quieren que les diga, pero a mí me gustaba Pajares . Al menos el Pajares que yo recuerdo, el de las nocheviejas en blanco y negro, el de las películas sin fondo ni pretensión, el de las parodias chuscas. Parecía un tipo agradable. Como un vecino que se hubiera hecho famoso enhebrando ocurrencias o como un primo con chispa. Cercano quiero decir. Cuando al cabo de los años han pasado por la tele sus viejos números ya no me ha hecho ni puñetera gracia, pero entonces era lo que había y él era el número uno en el género. Lo que no entiendo es por qué ha acabado convertido en un payaso triste, diana de reporteros sin talento ni corazón. Cosas de la vida, supongo. Hace años que le perdí la pista. Pero cuando lo vi en Ay, Carmela , llegué a creer que había llegado el momento de este hombre, esa hora en que sacaría pecho y rompería el absurdo papel de comparsa de Fernando Esteso o imitador de Raphael en el que las circunstancias lo tenían enclaustrado. Yo lo deseaba. Pero no. No pudo ser. Alfredo Landa o José Sacristán han roto ligaduras más pesadas que las suyas. Han logrado un aura de prestigio que casi borra las huellas de un pasado sin brillo. Pero Pajares no lo consiguió. Supongo que la fortuna es una cabrona que sólo ayuda a quien se ayuda. O quizás su mente no ha soportado la presión. No lo sé. Pero es triste ver a tanta gente metida a juez de un tipo que se ha pasado la vida haciendo reír. Improvisados especialistas en ver la paja en el ojo de Pajares. Apenas un año atrás, el espectáculo que había montado en un teatro de Madrid para celebrar sus cincuenta años de profesión tuvo que ser suspendido por falta de público. Eso es triste. Siempre es triste un payaso que llora.