TPtara descubrir que Extremadura era una potencia mundial en ornitología tuve que viajar a Renania-Westfalia. Allí, en una carretera principal, me llamó la atención una señal azul con la sombra de un pájaro estampada en un recuadro blanco. Me explicaron que en aquella zona anidaba un milano y que estaba prohibido tocar el claxon y molestarlo. Me imaginé entonces qué sucedería si en Extremadura no pudiéramos hacer ruido cerca de cada nido de cigüeña, milano, grulla o buitre. A veces, cuando viene de visita un húngaro o un calabrés y se queda pasmado ante el crotorar de una cigüeña, intuyo que lo de los pájaros no debe de ser una cuestión baladí y que el vulgar hacer el gazpacho de la cigüeña encierra su misterio.

Los extremeños somos tan importantes en pájaros como los egipcios lo fueron en sepulturas faraónicas: si por las pirámides se deslizaban los salteadores de tumbas, por nuestras dehesas se mueven tipos siniestros como esos holandeses salteadores de nidos que detuvo la Guardia Civil el mes pasado. Extremadura exporta cernícalos primilla a la Rioja y celebra certámenes sobre el turismo ornitológico como el del próximo fin de semana en Trujillo, pero seguimos siendo un poco buitres con los pajaritos. A las pruebas me remito. No hace mucho, aún ofrecían pajaritos fritos en Madrigalejo. Eso sí, utilizaban un eufemismo para anunciarlos en los carteles de los bares: "Hoy tenemos los que volaron". En Aceuchal no son tan finos y los ofrecen en un bar de la carretera a las claras: "Hay pajaritos fritos... Riquísimos"... ¡Pajarracos!

*Periodista