Una encuesta realizada entre un millar de lingüistas asegura que la palabra más difícil de traducir de todos los idiomas es ilunga , una expresión en idioma tshiluba, que se habla en la República del Congo, y que quiere decir "una persona que está dispuesta a perdonar cualquier abuso la primera vez, a tolerarlo la segunda, pero no la tercera". Yo añadiría a la lista alguna palabra más. Como coñazo, vocablo que puede traducirse de mil maneras según la lengua del político que la pronuncie. También pondría otra en la lista: Dios. Y es que todavía sigo añadiendo traducciones a esta palabra que tanto me cuesta entender. Estos días he visto anunciada la nueva película de Javier Fesser , Camino , ambientada en el entorno del Opus Dei e inspirada en la historia de la niña Alexia González-Barros , que falleció a los 14 años tras una grave enfermedad y que ahora está en proceso de canonización. Creo que encontrar un dios no es tan difícil. Ni tan fácil. Y es algo que hacemos a menudo. ¿Cómo nace un dios?, ¿cómo se fabrica un mito? Los funerales imperiales de la antigua Roma finalizaban en el denominado Campo de Marte (después del coñazo de desfile), lugar en el que se incineraba a los emperadores. Mientras ardían los restos, un iurator juraba haber visto ascender el alma del difunto, a fin de que pudiera ser honrado como un dios. Pero la mayoría de las ocasiones el alma no se dejaba ver tan fácilmente, por lo que era necesaria una ayuda, siempre económica, para que el iurator diera fe de que el emperador había ascendido a los cielos. Livia , la esposa de Augusto , pagó un millón de sestercios al iurator Numerio Atico para que el César fuera nombrado divus . Curiosamente es algo que se sigue haciendo en la actualidad, por muy ilungas que seamos.