TNto sé cuántos años hace que el primer café de la mañana me lo sirve siempre el mismo hombre. Diez o quince, los suficientes para llamarlo amigo. Ahora este hombre ha perdido una hija y un hermano en el mismo día. Y uno no sabe qué decir en situaciones así, cuando al que tienes enfrente la vida le deja al descubierto las entrañas y comprendes que todas las palabras del mundo son inútiles para dar consuelo. Quisieras decir algo profundo, en sintonía con su dolor, pero no encontrarás en ningún idioma palabras que atenúen la pena de sentir desgarrada el alma.

En cierta ocasión conocí a una chica en Londres. Pedía limosnas mientras lloraba como no he visto jamás llorar a nadie, ni en las películas. Quise socorrerla, pero dejar una moneda entre sus dedos me pareció mezquino. Lo que yo quería era menguar su tristeza con algo de compasión. Pero cómo, si desconocía el idioma. Le di un billete y agarré su mano. Y ella se agarró a mí y me miraba a los ojos con desesperación de niña abandonada. Dónde están entonces las palabras. Habría dado cualquier cosa por decirle al oído un par de palabras que la hicieran sentir mejor. Pero solo fui capaz de balbucir el título de una vieja canción, woman not cry , ridículas palabras que ella aceptó como un regalo.

Y ahora, enfrente de este hombre al que aprecio y con todo el tesoro de un idioma a mi alcance, resulta que carezco siquiera del título de una canción con el que decirle que hay días que la vida sólo merece que le escupan a la cara. De qué sirven ahora las palabras. Mejor el silencio. Si el que busca el infinito tiene que cerrar los ojos, acaso quien busca el corazón de un amigo tenga que cerrar los labios.