THtay quien cree que las picaduras venenosas tienen que ser curadas con el propio veneno y, como no tenemos ni idea de Medicina, lo mejor será no pontificar contra esa máxima no vaya a ser que tengan razón. Otra cuestión es llevar esa técnica a todos los asuntos y dedicarse a hacer terrorismo de última generación como antídoto contra el propio terrorismo. Los usos y costumbres de la diplomacia nos han hecho que demos calificativos distintos a las mismas acciones dependiendo si es un Estado quien lo perpetra o cuatro forajidos. Algo así ocurre en tierras de Palestina desde hace ya demasiados años: un gobierno israelí al que no le tiembla el pulso para luchar contra las bombas con bombas, contra los atentados indiscriminados con ataques aún más indiscriminados, que no distingue a los terroristas suicidas de sus familias y que no le importa poner en práctica la más ciega y cruel de las venganzas. Mientras tanto los europeos condenan los secuestros de soldados de Israel pero sólo lamentan los efectos colaterales de un ejército que deja sin agua y sin luz a miles de ciudadanos, que se dedica a demoler casas con nocturnidad y alevosía. La diferencia entre lamentar y condenar, que nos parecía escandalosa y merecedora de cárcel, es usada ahora sin pudor porque las víctimas, esas de las que tanto se habla cuando nos son cercanas, tienen la piel más oscura que la nuestra y ya casi no parecen ni que sean víctimas que sufren por sus seres queridos. No podremos solucionar de un plumazo una guerra de décadas pero sí podríamos pedir a los defensores del orden mundial que vean en los niños de Palestina a sus propios hijos.