Hay gente que ya no sabe qué hacer para seguir en el candelabro, que diría Sofía Mazagatos . Las dos últimas semanas, sin ir más lejos, nos han dejado un ramillete de estridencias variadas, protagonizadas por clásicos contemporáneos del pan y circo de esta España cañí. El alcalde de Valladolid calentó motores insultando a Leire Pajín con comentarios rijosos, fruto de su febril imaginación. Pepiño Blanco , celoso por la inusitada popularidad del alcalde (aunque negativa, popularidad a fin de cuentas), aprovechó un mitin para tachar a Mariano Rajoy de rarito, que viene a ser algo así como mariposón (Alfonso Guerra dixit). Vivir en España y no insultar es en sí un insulto, así que Pérez Reverte volvió a sacar la ametralladora del agravio gratuito y llamó "perfecto mierda" a Moratinos por emocionarse el día de su despedida como ministro, gesta heroica con la que el novelista ha renovado el fervor de sus incondicionales, ávidos del ¡sangre, sangre! al precio que sea, del modo que sea. Ante el descanso verbal de Mourinho , el calenturiento Sánchez Dragó redobla esfuerzos y se jacta --ahora dice que literariamente -- de sus batallitas sexuales con dos niponas menores de edad.

El adagio "que hablen de ti aunque sea mal" funciona. La prueba: ninguno de los citados va a pagar un precio por sus toscas aportaciones al espectáculo nacional; más bien al contrario. Mientras tanto, la hipócrita sociedad española escenifica públicamente su indignación mientras en lo más íntimo se relame de que España siga siendo --para negocio de algunos-- un país de pandereta que compagina la crisis con la adicción al pan y al circo.