El Gabbana’s, el único local de copas de Bobadilla Estación, es el cuartel general de una decena de soldados del acuartelamiento aéreo de Antequera (Málaga). Los miembros del grupo que la víctima de la supuesta violación múltiple cita en su denuncia son habituales del bar los jueves, día de salida en la base antes de que el viernes la mayoría de quienes residen en estas instalaciones regrese a sus lugares de origen el fin de semana. O lo eran, porque desde la supuesta agresión ocurrida el 10 de diciembre apenas han pisado el local.

Lo confirma María, dueña del pub y aún en shock tras conocer la agresión sexual y que a la víctima la habrían drogado en su local. «Bueno, realmente lo pudieron hacer incluso en el camino de vuelta, ¿no?», titubea. El día de la agresión, domingo, era la fiesta de la patrona del Ejército del Aire, y tras los actos institucionales los militares y sus familias dejaron la base y siguieron la celebración en el bar. Solo los soldados. Los jefes fueron al establecimiento aledaño, más tradicional.

Ambos locales están frente a la estación del tren, antaño el gran negocio de la localidad. Es el centro de este pueblo de apenas 1.200 habitantes, una pedanía de Antequera a no más de dos kilómetros del cuartel por un camino a medio asfaltar que atraviesa la vía del tren. Y aunque no son el motor económico del lugar, sí es cierto que los militares dejan dinero en los escasos establecimientos de Bobadilla. Los pocos vecinos que aparecen en la gélida mañana tras destaparse la violación múltiple se muestran sorprendidos por la noticia. Un poco de charla deja claro que el tema es la comidilla del pueblo y que alguno incluso pone rostro a la víctima, cuyo nombre no ha trascendido.

Ese día, el Gabanna’s estaba lleno, alcaldesa incluida. María recuerda a la víctima, una chica «muy vistosa, muy atractiva», que iba por segunda o tercera vez al bar. La vio hablando con sus compañeros, pero no notó nada raro. «El local estaba repleto de gente, fuera y dentro», justifica. Entre los clientes estaban los habituales, todos chicos, siempre el mismo grupo. En su cabeza los repasa uno por uno para tratar de identificar a alguno de ellos con un depredador sexual, pero aunque confiesa tener mucha curiosidad por saberlo, dice, le cuesta trabajo. «Aquí están como en familia, es un grupo agradable y se quedan hasta el final. Ellos eligen la música, me ayudan a recoger y cuando termino esperan a ver que subo a casa antes de marcharse…». Tras la fiesta, llegaron las Navidades y el grupo no ha vuelto. El pasado jueves alguno pasó a tomar una cerveza y se marchó pronto. La denuncia interna ya había trascendido, y el ambiente empezó a enfriarse en la base.