El Papa Benedicto XVI y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, exhibieron ayer una comunión inédita entre el líder de una comunidad religiosa y el máximo representante del Estado laico por excelencia. La madre del cordero recibe el nombre de "laicidad positiva", término acuñado por Sarkozy para promover una visión "abierta" de la tradicional separación entre la República y la Iglesia. Una idea que le viene muy bien al Pontífice para mostrar que la sintonía entre catolicismo y laicidad es posible. Y para lanzar este mensaje a países como España que en algunas cuestiones se aleja más del Vaticano que Francia.

Tras ser recibido por Sarkozy y su esposa, Carla Bruni, pronunció, ante los líderes del culto musulmán y judío, el discurso más político de su primer viaje al país vecino. El mandatario francés no perdió la ocasión de renovar su llamamiento a "una laicidad positiva, que une, que dialoga, no que excluya o denuncie" e invitó a la Iglesia a participar en el debate ético que plantean los avances médicos y científicos. El Papa aplaudió la "bonita expresión de laicidad positiva" y subrayó la contribución de los creyentes en la construcción de Francia.