Benedicto XVI pasó ayer por Barcelona con más pena que gloria, puesto que solo reunió a unos 250.000 seguidores, según la Guardia Urbana, la mitad de los esperados, pero el Pontífice no desaprovechó la inauguración al culto de la nave central del templo de la Sagrada Familia para insistir en sus obsesiones: la censura del divorcio, el aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual, amén de hacer un canto a las bondades de la religión y de la obra de Antoni Gaudí y de relegar a la mujer al papel que la tradición le ha venido reservando. La ceremonia sirvió para concitar elogios sobre el resultado de los trabajos arquitectónicos en el interior del templo, además de legitimar el uso del catalán por parte del Vaticano, del que el Pontífice ha hecho un amplio uso a lo largo de su estancia.

El recorrido matinal entre la sede del arzobispado, situado junto a la catedral, y la Sagrada Família permitió advertir a hora temprana que la expectación despertada por el cortejo papal era menor de la prevista, un indicador que se confirmó más tarde en los aledaños de la nueva basílica. El papamóvil recorrió los 3,5 kilómetros del itinerario a mayor velocidad de la habitual, lo que suscitó las quejas de los fieles más entusiastas, que vieron pasar al Papa como una exhalación.

PROTESTAS MENORES El dispositivo de seguridad, por el contrario, sí estuvo a la altura de los temores manifestados por el consejero de Interior de la Generalitat de Cataluña, Joan Saura (ICV), que días atrás alertó de la posibilidad de que los grupos antisistema se hicieran notar. Las dimensiones de las protestas cívicas, por otro lado, no se han correspondido con el resurgimiento de un supuesto anticlericalismo en España, como denunció Ratzinger en el avión que le trasladó de Roma a Santiago de Compostela. La indiferencia, tanto en Cataluña como en Galicia, ha sido el principal adversario de la fe.

Concluída la celebración matinal, el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, volvió sobre las declaraciones del Papa sobre el "laicismo agresivo" que, a su juicio, impregna a la sociedad española, como en tiempos de la Segunda República.

"No había ninguna intención polémica" en sus palabras, "no hay que buscar la confrontación", dijo el responsable de la comunicación papal con ánimo de no enturbiar el momento dulce que atraviesan las relaciones Estado-Vaticano y que el Gobierno bendijo la víspera de su llegada corroborando que la ley de libertad religiosa, que no gusta a la Iglesia, seguiría a buen recau-