El Vaticano espera que el diálogo con los judíos continúe, tras la dura condena hecha hoy por el Papa contra los que niegan el Holocausto, después de que el Rabinato de Israel rompiera relaciones religiosas con la Santa Sede.

Benedicto XVI trató de zanjar este miércoles con una intervención pública la polémica desatada por las declaraciones del obispo "lefebvriano" rehabilitado Richard Williamson en las que negaba la existencia de las cámaras de gas, tras haberle exigido que acate el Concilio Vaticano II.

Ante varios miles de fieles que asistían a la audiencia de los miércoles, el Papa reiteró su "plena e indiscutible solidaridad" con los judíos y condenó de nuevo "la matanza de millones de víctimas (judías) inocentes de un ciego odio racial y religioso".

"La Shoah debe ser para todos una advertencia contra el olvido, la negación o el reduccionismo, ya que la violencia hecha contra un solo hombre es violencia contra todos", subrayó el Papa. Con la referencia al "reduccionismo", el Pontífice descalificó las declaraciones del obispo tradicionalista Williamson, quien aseguró que "no existieron las cámaras de gas" y que sólo unos 300.000 judíos "y no seis millones" murieron en los campos de concentración nazis, "pero ninguno gaseado".

El Papa condenó el revisionismo sobre el Holocausto a la vez que el Rabinato de Israel anunciaba la suspensión indefinida de relaciones con la Santa Sede, lo que conllevará la cancelación de un encuentro previsto para marzo. El anuncio de ruptura de Jerusalén fue recibido con preocupación en el Vaticano, según fuentes de la Santa Sede, que precisaron que, puede hacer peligrar el previsto viaje del Papa a Tierra Santa en mayo.

El portavoz papal, Federico Lombardi, precisó que el Vaticano trabaja para evitar que se interrumpa el diálogo, y añadió que las palabras del Papa sobre la Shoah "deberían ser más que suficientes para responder a las expectativas de quien expresa dudas sobre la posición del Pontífice y de la Iglesia Católica" sobre el Holocausto.

Paralelamente, Benedicto XVI explicó su decisión de levantar la excomunión a los cuatro prelados ordenados en 1988 por el arzobispo Marcel Lefebvre (1905-1991) sin el consentimiento de Juan Pablo II, lo que desembocó en el último cisma de la Iglesia Católica del siglo XX.

El Pontífice subrayó que la misión del Papa es trabajar por la unidad de todos los cristianos y con esa medida se ha tratado de hacer un gesto de "paterna misericordia".

No obstante, el Papa exigió a los cuatro prelados que reconozcan su magisterio y autoridad y acaten el Concilio Vaticano II, negado por Lefebvre quien, junto a sus seguidores, se opuso a los planteamientos renovadores del concilio y calificó de "destructivas" las reformas surgidas de él.

Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han dado durante estos 21 años numerosos pasos, entre ellos la recuperación en 2007 de la misa en latín, para que los "lefebvrianos" regresaran a la obediencia oficial de la Iglesia.

Sin embargo, los tradicionalistas se mantuvieron firmes en sus planteamientos y exigieron el levantamiento previo de las excomuniones. El obispo Bernard Fellay, uno de los cuatro rehabilitados y Superior de la Fraternidad San Pío X, que engloba a los tradicionalistas, ha agradecido al Papa que les haya levantado la excomunión y ha dicho estar dispuesto a proseguir el diálogo con la Santa Sede.

A pesar de ello, Fellay en una carta enviada a sus seguidores ha reiterado las "reservas" sobre el Vaticano II, lo que ha provocado criticas en el seno de la Iglesia de Roma y que el Papa haya precisado que el levantamiento de la excomunión "no es el final, sino el comienzo de un largo proceso".