Juan Pablo II causó baja ayer, por primera vez desde que fue elegido en 1978, en la habitual comparecencia pública del mediodía del Lunes de Pascua ante los concentrados en la plaza de san Pedro. La ausencia fue más remarcable y provocó una mayor preocupación después de que el domingo el Pontífice no lograra pronunciar las pocas palabras de la bendición pascual, acto para el que había estado ahorrando energías durante las dos semanas de convalecencia en el Vaticano.

La escena del Papa impartiendo la bendición mientras de su boca salía una débil emisión de aire, que tomaba la forma de un murmullo ininteligible, causó inquietud entre los eunidas en la plaza. La angustia también ha afectado a la cúpula de la Iglesia católica, que vuelve a interrogarse sobre cómo se puede resolver una situación que nunca antes se había planteado.

La Radio Vaticana se refirió a la fiesta del Lunes de Pascua, señalando que se había visto "ensombrecida por los sentimientos de preocupación que afectan a la salud del Papa". Y el director de la emisora habló de los "momentos de silencio, breves y muy largos, realmente dramáticos", vividos el domingo. Las ventanas del apartamento permanecieron cerradas ayer a mediodía, a pesar de que unos centenares de fieles estuvieron durante una hora aclamándole y pidiéndole que se asomara.

El Centro Televisivo Vaticano había dirigido las cámaras de la plaza hacia los apartamentos donde reside, sabedor de que es un enfermo no muy obediente, que a veces se rebela contra las elementales normas de prudencia para una persona de su edad y salud. Pero no se dejó ver.