Si dos años atrás no hubiera sido investido como sucesor de Juan Pablo II, el teólogo Joseph Ratzinger andaría ahora ocupado en los detalles de su retiro porque, al llegar a octogenarios, a los cardenales les apean de lo más alto del organigrama y dejan de formar parte del grupo de elegidos. Pierden influencia y ganan tranquilidad. El jefe supremo de la Iglesia católica no está previsto que se jubile, por lo que el recurso disponible al cumplir los 80 años, edad que hoy alcanza el Pontífice alemán, es dosificar la actividad.

Eso es exactamente lo que ha venido haciendo desde que fue elegido para el cargo con 78 años. No solo ha sido cicatero con novedades y viajes, sino también con su actividad. Gajes de la edad. El Papa pasa largas horas en su estudio leyendo o meditando, cuando no toca el piano, en parte por devoción y en parte por obligación biológica. Incluso no ha tenido inconveniente en confesar que por las noches prefiere dormir a rezar. O en advertir de los efectos perniciosos del exceso de trabajo ("Demasiado trabajo endurece el corazón"), un riesgo que el Pontífice combate tomándose un prolongado descanso estival.

De hecho la vida de encierro que llevaba Ratzinger antes de trasladarse a los aposentos papales no ha cambiado mucho en estos dos primeros años en el cargo. Ha variado el atuendo. Ya no viste boinas caladas hasta las orejas, ni va a pie a ningún sitio, sino a bordo de los vehículos que le suministra la industria alemana del automóvil (Mercedes Benz es el proveedor oficial, pero BMW y Volkswagen no hacen más que ofrecerse para desbancarle) Y calza zapatos rojos de Prada o Gammarelli... o de Geox, que cada año le obsequia con seis pares de mocasines de piel marrón o las gafas de sol Serengeti, que ha utilizado en alguna ocasión.

Humilde y obsequioso

¿Pero cómo es el Papa más allá de su atuendo? Quienes le han tratado dicen que extremadamente atento, humilde y obsequioso, rasgos que hacen trizas el arquetipo del inquisidor intolerante. ¿Y cómo es su familia?

Tras años de inquilinos polacos, ahora los aposentos del Palacio Apostólico están poblados por germanoitalianos, como el propio Ratzinger, afincado en Roma desde hace tres décadas. El puesto del secretario de Karol Wojtyla, Stanislaw Dziwisz, hoy cardenal, ha sido ocupado por un exmonitor de esquí, alto y de ojos azules, que no aparenta sus 50 años. Georg Gaenswein es bávaro y teólogo, como su jefe.

Las cuatro monjas polacas que atendían a Juan Pablo II regresaron a su país y hoy son cuatro laicas italianas, encuadradas en uno de los movimientos conservadores favoritos del Papa, Comunión y Liberación, quienes cuidan de la intendencia doméstica. Por encima de ellas, el Pontífice ha colocado a una supervisora alemana, sor Birgit Wansing,a la que confía la traducción de escritos de letra menuda que solo ella y su autor entienden.

Ratzinger tienen "una salud propia de un hombre de su edad". La frase, de hace dos años, es de un arzobispo alemán, que la pronunció para ahuyentar el fantasma de que este papado iba ser breve. Un crisis vascular en 1991 no era la mejor carta de presentación, pero el Pontífice se cuida y aparenta tener cuerda para rato.