Cuentan los libros de Historia que, a finales del XIX, la emperatriz china Cixi decidió construir un corredor techado de casi un kilómetro para poder acceder desde su palacio habitual a su residencia de verano. Y para que todo quedara más curiosito mandó decorar el largo pasillo con 1.400 pinturas en las que se representaban escenas de la historia china. Con ello, cada vez que cambiaba de casa podía matar el aburrimiento contemplando aquella particular pinacoteca. Al parecer, lo que realmente pretendía la emperatriz con aquella obra era no tener que utilizar el paraguas o la sombrilla en el trayecto. Cixi era así para todo. Excesiva. Gastaba fondos del Estado en regalos y banquetes, comía con palillos de oro, vestía medias bordadas de seda que sólo lucía una vez- Supongo que la emperatriz debía pensar que cuando uno se pone a hacer una cosa debe hacerla bien. Bueno, es una forma de pensar que no nos queda tan lejos. Debe ser que, independientemente del tiempo o el lugar, hay personas a las que el poder, o su aproximación a él, les lleva a esos excesos. Regalar y aceptar trajes caros o entradas de 3.000 euros para el circo es lo mismo que techar pasillos para no utilizar sombrilla. Lo malo es que los techos se terminan derrumbando. Para dejar maravilloso su palacio de verano Cixi estuvo desviando fondos que estaban destinados a las fuerzas navales, que se quedaron con lo puesto, y años más tarde no pudieron repeler un ataque japonés. China la cagó, aunque con el paso del tiempo terminó inventando los mejores espectáculos circenses, en los que ahora sólo utilizan las sombrillas para hacer equilibrios sobre el cable. Todo esto ocurre porque hay gente que pierde la noción de lo poco que cuesta sujetar un paraguas para cruzar la calle.