TTtrato de pensar que es mayo, que las calles están vivas de nuevo, que las agendas se llenan de actividades, y los parques de niños que han crecido desde el año pasado. Niños felices. Niños deseados y queridos que apuran las tardes larguísimas. Y me encantaría escribir una columna sobre los parques y su ruido de fondo, la invisibilidad de los padres, el paréntesis eterno del columpio. Un homenaje a Cortázar y su continuidad perfecta. Pero la realidad manda y es terca como la pertinaz sequía. Igual de típica y experta en lugares comunes. Hoy toca lo que toca, y no hay más que hablar porque si no, se te volverá ácido el estómago y no dormirás bien. Y a la noche, cuando ya no hay risas, las manos teclean solas lo que lleva dando vueltas en la cabeza una semana entera. Cómo se puede ser tan mal nacido. Cómo. Qué clase de engendro sin corazón monta una ONG para desviar fondos a empresas privadas, para enriquecer más a los que son ya ricos, dejando en la estacada a niños que no conocerán otro parque que ese basurero atroz en el que está rodado el anuncio con el que nos engañaban. Por ejemplo. O cómo se puede vivir después de montar orgías con tus propios hijos disminuidos. Cómo saludas en la escalera al vecino que ha pagado para violar a tu hijo. Por ejemplo. O qué desecho humano estrella a su bebé contra la pared porque llora. Y por último, qué clase de juegos ha conocido un niño al que obligan a volver a un centro de menores después de años y de conocer dos familias distintas. A qué juega ese juez. Por ejemplo.

Ya está. Una columna sobre parques, más bien sobre su ausencia. Pero ya puedo dormir tranquila.