El mejor hotel de España está en La Parra, un pueblecito cerca de Zafra. Al menos eso han dicho los expertos. Yo he estado allí esta misma semana y confieso que es una maravilla. Un convento del siglo XVII convertido en puente entre dos tiempos. Quizás a alguno le parezca una excentricidad ofrecer habitaciones espectaculares, pero sin televisión y sin conexión a internet. A mí me parece un lujazo, una visión futurista. Televisión y mundos virtuales los encuentra uno en cualquier sitio y a cualquier hora, pero silencio, paz, un rincón donde zambullirte en el sonido de tu propio pensamiento, es una idea original de puro antigua. Antes que Armstrong , pisó la Luna Cyrano de Bergerac. Antes que Jordi Hurtado , la Esfinge y Edipo jugaban a saber y ganar. Antes que Pablo Iglesias , el Cid fue el primer obrero que se instaló por cuenta propia. Sancho Panza inventó la justicia exprés. Pantagruel, la comida rápida. Pessoa es el padre de los mundos paralelos. Espronceda inventó la canción pirata dos siglos antes que el e-mule. Nada más moderno que un clásico. Y si hay un lugar en el mundo donde la convivencia entre lo clásico y lo moderno pueda convertirse en reclamo turístico, ése es Extremadura. Ya sé que internet ha hermanado más culturas que Colón , que ha endulzado la televisión más soledades que toda la literatura del Romanticismo, pero convertir en hoteles los conventos es una iniciativa tan necesaria como cualquier artilugio moderno. Es una brillante idea que nos hace recuperar la fe en el futuro. Avanza el siglo y trae en la piel un sarpullido de catedrales, mezquitas y sinagogas que asusta. Mal pinta el futuro. Imaginarlas convertidas en hoteles, en museos, en salas de conciertos, es imaginarse un futuro perfecto.