A los hombres se los juzga por sus obras. Ellas los califican. Lo enseña con incisiva inspiración el Aguila de Pastmos.

Se nos ha ido don Emeterio. Comienza a estar en la historia cacereña, pero nos ha dejado huellas imborrables, un monumento que habla elocuentemente sin palabras. El templo parroquial de Nuestra Señora del Rosario de Fátima.

Bastaría esta gran iglesia para, con su complejo, inmortalizar su nombre, su obra y su espíritu. Si no hablan los hombres, hablarán las piedras y los muros.

Podemos considerarla como la obra de su vida como sacerdote, párroco y apóstol dinámico. El florecimiento de esta feligresía es un testimonio irrefutable.

Sacerdote celoso, inquieto y preocupado con esmero y hasta con los mínimos detalles por sus feligreses. Fidelísimo a la doctrina y espíritu de la Iglesia de Cristo. Hombre de fe robusta, devoción sincera a la Virgen de Fátima. La semilla por él sembrada ha dado frutos espléndidos en esta capital.

Fátima puede considerarse como un monumento artístico, pastoral, polifacético y atractivo. Tiene valores que no se pueden disimular. Aunque silencien las voces humanas, gritan los hechos, los espacios ubicados, la sobriedad de su arte dentro de la modernidad, hasta la dulce melodía del reloj de la torre que canta el Ave.

El artista promotor de esta gran obra nos ha dejado para siempre tras una larga y penosa enfermedad sufrida con resignación cristiana y alegre conformidad.

Adiós, querido hermano y amigo. Que la tierna y cariñosa Virgen te premie tanto trabajo, tanta ilusión, tanta fe y tanto amor.

Confío en que Ella te habrá recibido en sus maternales y generosos brazos con gozo inmenso para presentarse a su divino Hijo.

Descansa y goza, ama y ruega por nosotros.

Teodoro Fernández Sánchez

Cáceres