TTtientes razón, querida amiga: nunca escribo sobre nuestra época del instituto. Digamos que tengo poco que contar. Claro que conservo recuerdos de aquellos años, muchos recuerdos. Pero no valen nada, créeme. Cuando estos me asaltan solo recibo imágenes nebulosas y lejanas. Y es que entonces yo era así, nebuloso y lejano, atrincherado en la última fila de la clase, siempre pergeñando garabatos en cuadernos atravesados por la pubertad y el vacío mientras el mundo desfilaba al otro lado de la ventana que iluminaba el hastío de mi pupitre. Yo era --te darías cuenta-- una escuálida sombra buscando un cuerpo al que aferrarme. Qué ironía: me buscaba pero no me encontraba, tal vez porque me escondía de mí mismo bajo las sábanas del miedo.

Ahora que el tiempo exhibe sin pudor mis cicatrices y la adolescencia no es más que un trapo viejo y sucio, me pides pinceladas de una biografía que no merece ser dibujada. Confesaré, ya que te empeñas, que entonces yo soportaba esa "vida de silenciosa desesperación" que glosaba Thoreau . Silenciosa y desesperada, como casi todas las vidas. No obstante, era tan hermoso regresar cada noche a casa por las oscuras travesías del deseo (Pintores, Cánovas, Obispo Segura Sáez) con la dolorosa certeza de que mi futuro se esfumaba por el desagüe de la juventud... Y ese empeño mío en regar con cemento el jardín de pasiones que crecía bajo mis poros... Pasiones que antes o después daban con sus huesos en el frío camastro de algún merecido calabozo.

Lo que quiero decirte es que fui un adolescente tristemente feliz, ya ves. Pero me faltaba valor y experiencia para darme cuenta de ello.