Dos personajes anónimos, un criador de renos en Noruega y un guía-buceador turístico en Australia, ofrecieron ayer su testimonio para demostrar que las víctimas del cambio climático sí tienen nombres. Lo hicieron desde sus casas, vía videoconferencia, en un acto organizado en Valencia por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF-Adena) y que se recibió en todo el mundo.

El estadounidense John Rumney llegó a Australia hace 35 años atraído por las aguas prístinas de la Gran Barrera coralina y hoy en día regenta junto a su mujer una pequeña empresa de turismo ecológico y buceo. Tiene también un pequeño barco de recreo, el New Calypso. Rumney explicó con tristeza que en las últimas décadas ha observado cómo los hermosos corales, una asociación simbiótica de plantas y pólipos, se han ido deteriorando y perdiendo color a una velocidad desastrosa. "Es una experiencia fantasmal --relató--. Al principio me preocupaba por los peces, puesto que cada vez había menos, pero ahora me preocupo por mi negocio. Tengo motivos". Rumney dijo que el 10% de las zonas donde antaño buceaba están dañadas y expresó sus temores por la economía de la región. "En Queensland, el turismo marino genera 5.000 millones de dólares anuales y 60.000 empleos".

Olav Mathis se presentó como el penúltimo representante de una familia sami que lleva criando renos desde 1400. Y de seguir las cosas igual de mal, añadió, el último será su hijo. Mathis explicó que durante las últimas décadas las lluvias han aumentado y las nevadas se han retrasado a Navidad. "En vez de nieve, hay hielo --dijo--. Además, los ríos tardan más en helarse y los renos no se atreven a atravesarlos". Como consecuencia, el ganado tiene más difícil el acceso a los pastos.