THtay algo más hermoso y barato que mirar caer la lluvia tras una ventana? Para ser sinceros, pocas cosas tan agradables como saber que afuera cae una buena tormenta mientras estoy sentado en un confortable sillón, leyendo algo no muy grave y levantando de vez en vez las orejas para cerciorarme de que el viento menea el flequillo de las antenas. Sé que por ahí fuera al dictador Obiang le han dado tratamiento de caballero, que un mexicano ha batido el récord de la estupidez pagando 109,6 millones de euros por un cuadro de Pollock . Claro que lo sé, pero hoy no estoy para nadie. Apagada la televisión, la radio en el trastero y los periódicos envolviendo los zapatos de los niños, el mundo es un lugar perfecto. Es curioso que sin chicharras que me griten dónde está el eje del bien y el del mal, lo que tengo que comprar, lo que tengo que votar y que pensar, siento florecer una especie de voz interior, eso que en otros tiempos se llamó inteligencia y que sirve para conducirme en la búsqueda de mi tranquilidad. Tanta información, tanta propaganda, tanto conductismo me ciega. Me hace pensar en aquellos patos franceses a los que los fabricantes de foie-gras les saltaban los ojos para que engordaran y dieran mejores patés. Hay momentos en que es difícil no sentirse como un pato cegado por la publicidad al que los mercaderes palpan de vez en cuando los lomos de su cartera. No estaría nada mal que la próxima revolución que se saquen los jóvenes del magín fuera una huelga de consumo. Quedarse en casa a mirar caer la lluvia. Eso sí que haría rechinar la maquinaria. Una gran huelga de bolsos cerrados encabezada por una pancarta que diga: anda y que os den.