Pisco tiene su payaso. "¡Compañía. Brazo extendido. Puño cerrado. Dedos arriba!", grita Gender Llember Hernández Prada en medio de la nada. Los chicos repiten las órdenes como si fueran parte de una troupe imaginaria. "¡Hombro fruncido. Cabeza hacia atrás!". Los chicos ríen y por unos minutos el presente atroz parece difuminarse. "¡Pie de pingüino. Lengua afuera!"

Los mayores, al principio, se sintieron molestos y perplejos al ver a Hernández Prada con su peluca amarilla, la cara tiznada de blanco, unos labios enormes pintados de rojo, la nariz de plástico y un traje con fosforescencias estridentes.

Dicen que la risa cura el alma en pena, tiene virtudes terapéuticas y hasta puede ser un revulsivo político. Pero, ¿cómo reírse cuando la desgracia golpea y el recuerdo de la muerte quema como un magma? Hernández Prada se hizo esa misma pregunta después de haber perdido a 11 familiares, algunos en la iglesia de San Clemente.

Cuenta que fue el propio dolor y el calvario de los pisqueños lo que lo empujó a vestirse otra vez de clown. "Me dije: tengo que animar a los niños; ni siquiera comen. Tranquilos, les dije, voy a traerles un pavo con dos cabezas. Empezaron a divertirse, a olvidar por unos minutos el presente. Los padres, poco a poco, me fueron aceptando", recuerda a este enviado. Fue un debut a cara lavada, sin maquillaje ni disfraz. El otro día se vistió de Tripita, después de mucho tiempo.

Hay un reloj en Pisco detenido a las 18.42. Esa fue la hora en que la tierra comenzó a hacer daño. El payaso cierra los ojos y evoca los hechos: "Estaba en mi negocio de alquiler de teléfonos celulares. De pronto, una chica dijo que se había caído una tienda. Enseguida comenzó lo peor. La gente se abrazaba, unos lloraban, otros se arrodillaban, algunos se acordaban de Dios. Mi señora estaba a una cuadra, en la calle Tulipanes, y mi hijo, a 10 cuadras, con mi suegra. Tenía que tomar una decisión: ¿a dónde voy primero? Fui a por mi esposa".

Hernández Prada corrió y corrió mientras las casas se derrumbaban a su lado. Al entrar en la casa de la calle Tulipanes, vio a su mujer, Rosa Esther Uribe Carrizales, sujetando a su sobrino. Los dejó en un lugar seguro y siguió viaje a lo de su suegra, a la que encontró debajo de una pared, protegiendo a su hijo Anthony, que estaba ileso.

Hernández Prada tiene 31 años y fue payaso durante siete años. Animó fiestas infantiles y casamientos. Como el dinero nunca era seguro, se pasó al negocio de los celulares y guardó su peluca, su nariz y su traje en un maletín. Ya se estaba olvidando del oficio hasta que Pisco se hundió en el drama colectivo. Así fue que volvió a improvisar juegos con los niños.

Tripita revivió al saltimbanqui para hacer juegos malabares entre los vestigios de Pisco. Este cronista le perdió el rastro. Supo de él nuevamente en Lima y lo buscó. Había llegado a la capital peruana a pedir donaciones. Se había convertido en una suerte de héroe nacional. Tripita ya no es Tripita. En Pisco, la misma gente que primero lo observó con desconfianza, que luego le tomó un cariño piadoso y más tarde se sintió conmovida por su abnegación, decidió bautizarlo con otro nombre. Hernández Prada ya se acostumbró a que se le conozca como El Payasito Terremoto.