A lo largo de nuestra vida a veces tenemos la suerte de encontrar personas que nos ayudan a llenarla. Es gente que vive intensamente y que, casi sin quererlo, genera una impresionante conexión de personas, lugares, vivencias y compromisos.

Son personas que apreciamos y de las que, incluso sin percibirlo, nos sentimos orgullosos de haber conocido, de haber compartido su amistad y trabajado juntos.

Pedro Blanco Aldeano fue, es y será de esas personas legales y comprometidas. Así lo vimos y lo sentimos mucha gente. Así lo he sentido conociéndolo en circunstancias muy diversas en un dilatado período de tiempo, pero creo que es un sentimiento que intensamente comparte mucha gente de esa difusa y amplia red social que cada uno conforma y de la que formamos parte simultáneamente.

A lo largo de su vida, al menos del tiempo en que lo conocí en algo más de dos décadas, fue una persona comprometida con la gente, con el territorio y con las ideas. Natural de un territorio de llanura, la mayor parte de su actividad profesional la hace vinculada a la montaña, viviendo a caballo entre Brozas, las Villuercas-Jara-

Ibores y su residencia en Cáceres. Una vida que, en un lado, le comprometían con sus ideas, su pueblo y su familia; en otro lugar con su profesión y la gente que luchaba por cambiar la realidad; y, por último, en el Cáceres de sus estudios universitarios con una vida familiar plena. En todos ellos mostraba un compromiso personal intenso y creo poder decir que siempre encontraba tiempo para colaborar, para imaginar y compartir con la gente, ya fueran emprendedores, compañeros y amigos o estudiantes universitarios en prácticas de Geografía o Turismo.

Pero su actividad como geógrafo y profesional que trabajaba en el desarrollo rural le hizo además recorrer la región y otros territorios de otras partes de España y Europa. En todos aprendía y en todos compartía. En todos trataba de construir y transformar. Pedro era un claro exponente de la gente que conforma el desarrollo rural. Apostaba por el emprendimiento, por la innovación, por la capacidad de la gente del mundo rural para mantener vivo y activo el territorio, por la voluntad de intentar generar más oportunidades y mostrar que el desarrollo territorial y sostenible es posible. Muchos esfuerzos, muchas ilusiones, mucha entrega, mucho tiempo compartido y restado a su familia y a sí mismo... siempre con la misma ilusión.

Un luchador que en el último tiempo tuvo que emprender la pelea más difícil: luchar por la vida que se le escapaba y que quería seguir compartiendo, que quería seguir comprometiendo. Y creo que lo hizo como siempre: con tranquilidad y con esa sonrisa entre irónica y pícara de alumno travieso y atrevido, de persona tranquila con un punto de retranca y siempre sin maldad. Lo hizo con dignidad y acompañado por su gente, por su familia, por su gente más próxima, por quienes compartieron su vida y sus ausencias, por quienes compartieron sus ilusiones y sus reflexiones siempre comprometidas.

Será imposible olvidar a Pedro. Será imposible que cada vez que oigamos un saxofón no nos acordemos de él; será imposible que cuando mucha gente vinculada al mundo rural, a la geografía o al turismo, a la universidad, a su pueblo o su ideología de izquierdas se encuentre, o nos encontremos, no pensemos en un amigo, en un antiguo alumno, en un compañero del que nos sentiremos orgullosos de conocer y compartir. Porque siempre pensaremos en que era buena gente, que era una persona comprometida y legal y que era un verdadero profesional del territorio.

Quienes le conocimos creo que nos convocaremos este otoño-invierno en algún lugar de las Villuercas, la Jara y los Ibores para plantar árboles en su nombre, en nombre de Pedro Blanco Aldeano. Buen viaje para Pedro y un abrazo eterno para él y su gente.

Eduardo Alvarado Corrales

(antiguo profesor y siempre amigo).