TEtsto de escribir columnas tiene sus peligros: a veces no te explicas y otras veces no te entienden. Hace días, conté que cuando estudiaba en Salamanca, me iba con mi compañero de piso al cine Liceo a ver películas italianas picantes en las que aparecían dos atractivas actrices: Gloria Guida y Edwige Fenech. Pues bien, mi padre entendió que mi amigo y yo nos íbamos al cine con dos chicas italianas y que en la oscuridad del patio de butacas sucedía lo innombrable. A mi padre, claro está, no le gustó nada, máxime cuando en esa época yo pasaba por ser un opositor cabal y un novio formal. Mi padre me regañó a su estilo, o sea, haciendo preguntas punzantes que te descolocan: "¿Qué era eso de que te ibas con una italiana al cine?". Intenté explicarle el sentido de lo escrito, pero me temo que no lo convencí, y si lo hice, fue peor, como él se encargó de constatar con otra pregunta: "¿Te ibas al cine todas las tardes a ver señoritas italianas en ropa interior?". Dicho así, suena fatal y arrastra tu prestigio por los suelos.

Menos mal que he cambiado. O al menos eso parece. El pasado fin de semana retorné a Salamanca después de 25 años. Y volví al Liceo, que ahora es un teatro restaurado y elegante, pero no fui a ver a Gloria Guida, sino a la soprano María Bayo, y me acompañaba mi esposa. Fue elegante y sublime y estoy seguro de que a mi padre le complacerá que lo cuente, pero la verdad es que entre aria y aria me acordaba de aquel cine cochambroso con olor a sudores viejos y de aquellas películas lamentables y me podía la nostalgia.