TCtualquiera comprende que si la prueba es correcta no se necesita ningún otro reconocimiento, el premio es irrelevante, ha dicho Perelman, el científico ruso al que acaban de poner falta en la entrega de las medallas Fields. Esas medallas son el equivalente al premio Nobel en matemáticas y se otorgan solo a menores de cuarenta años. El mérito de este hombre es haber resuelto la conjetura de Poincaré, que debe de ser la leche para que le hayan concedido un premio así.

Es un tipo curioso este Perelman, sin trabajo, viviendo con su madre, sin aceptar la oportunidad de ser tratado a cuerpo de rey durante unos días, de ser aclamado por sus iguales y reconocido por sus maestros. Cualquiera hubiera rechazado algo así. Solo un genio loco, tipo profesor Bacterio, un despistado con problemas de personalidad. Así lo creemos, o así lo queremos creer. Nos tranquiliza, nos hace sentir mejor con nuestras pequeñas miserias. No se necesita reconocimiento si se hace lo correcto, dice este hombre, y se queda tan ancho. Vivimos en un mundo en que hasta el concuñado de la suegra del chófer del famoso de turno quiere vivir su momento de gloria. Pensamos que siempre se nos debe algo por nuestro trabajo, nos movemos entre famosillos que se dejarían la piel por salir en la tele y que están deseando aparcar la cama turca en un estrado para recoger aunque fuera una medalla de latón.

Y llega Perelman y dice que el premio es irrelevante. Que le basta con saber que ha hecho un buen trabajo. Cualquiera lo comprende, afirma. Ahí sí que veo yo que vive fuera de la realidad. No lo comprendemos, no. A ver quién es el loco ahora.