Es difícil adjetivar lo que Miguel Angel Perera está haciendo tarde a tarde. Tal vez lo mejor sea echar mano de los recuerdos que le puedan asistir a quien escribe de toros y dejarse llevar por la sensibilidad, para contarles la faena de ayer de un torero cumbre, de un diestro que ya es primus inter pares, el torero que hoy es la referencia.

La corrida de El Puerto de San Lorenzo se movió mucho pero sin clase. Embestían los toros sin entrega y los toreros, hasta que saltó al ruedo el sexto, habían estado muy por encima.

Ese toro que cerró la corrida, que quedará para la historia, se llamaba Cubanisto. Estaba muy cuajado, musculado, pero era estrecho de sienes. De salida hizo cosas de corraleado. Era distraído y el extremeño sabía que había que enseñarle a embestir.

Por ello inició la faena por alto, sin obligarle, para seguir con un bellísimo cambio de mano. Antoñete tenía un sentido maravilloso de las distancias. Perera también lo tiene, pues a ese toro, casi sin picar, tras esos muletazos iniciales le dio unos doce metros. Con la muleta adelantada, un punto cruzado. Era una puesta en escena espléndida, plena de sinceridad.

Cubanisto correspondió a la verdad del cite de Perera con un galope magnífico. Y el torero lo recogía, lo llevaba por abajo con suavidad, muy largo, y le dejaba la muleta puesta. Uno tras otro, los muletazos eran inmensos de limpios, de largos, de profundos. Conformaban series largas, de seis pases en redondo, rematados con el de pecho.

Así fueron las tres primeras tandas que pusieron al público de pie. Se echó Perera la muleta a la izquierda, y tras el primero se le vino cruzado el astado. Hubo una tremenda voltereta, en la que el toro le zarandeó en el aire buscándole después con saña en el suelo. Pero este torero no es de los que fácilmente renuncian, pues siguió con la tela al natural, para rematar una buena serie.

Continuó Perera con la derecha, para cambiar de mano por la espalda y enroscarse al toro al natural. Aquello era majestuoso, ya con el burel a menos, para llegar el final de faena con circulares de gran limpieza, las manoletinas finales, un pinchazo y una gran estocada. Le pidieron el rabo, que no llegó por no matar a la primera.

Echemos la vista atrás para acordarnos de aquel torero madrileño que daba sitio a los toros, que encelados por su muleta los veíamos galopar. Ayer lo hizo Perera con una majestad inigualable, para ligar series intensísimas, de una pureza conmovedora.

Antes había cortado otras dos orejas a un toro muy complicado porque se enteraba y se iba al torero en el tercer muletazo. Muy firme, en una faena de torero en sazón, sin dudarlo y tirando del astado, le cuajó tandas de gran mérito, con voltereta incluida.

Manzanares cortó también una oreja a ley a un animal sin fijeza y sin clase al que fue haciendo. Le esperaba y le corría la mano en series cortas, en lo que fue una labor muy por encima de las condiciones de ese toro. El segundo fue un manso con genio al que buscó las vueltas sin poder redondear.

El Juli estuvo muy solvente. Al protestón primero lo fue haciendo y pudo sacarle algún natural de buena factura. Al manso cuarto le hubiera cortado algún trofeo en una faena en la que todo lo hizo el torero, si no hubiera sido por el mal uso de los aceros.