Tarde de lo más aburrido, ayer en Las Ventas, una corrida sin poso en lo artístico por la pésima condición de toros y toreros.

La pretendida competencia entre Ferrera y Abellán, en un larguísimo e insulso tercio de quites, estuvo al límite de lo ridículo. Lances y más lances de uno y otro. Supuestas chicuelinas, más bien recortes, la mayoría tropezadas. Ahora voy yo, ahora vas tú. El extremeño Ferrera se empeñó absurdamente en alargar aquello que no tenía mayor interés.

Y como remate, para demostrar que todavía había alguien peor, el espada de turno invitó también al alternativado Revuelta, hasta ese momento convidado de piedra, que ensayó un quite por verónicas de las que despectivamente llaman en el argot "a la remanguillé" .

El pasaje anterior, su nefasto resultado, es el botón de muestra de lo que fue la corrida: la más absoluta incompetencia de toros y toreros. Aunque habría que hacer la salvedad de Abellán en el tercero. El torero a salvo, y en parte también el toro. La verdad es que el madrileño toreó a la verónica con gusto en el saludo, unos lances limpios y jacarandosos en el mismo platillo.

Ferrera tuvo un primer toro muy feo de hechuras, montado, pero sin mala condición, aunque la falta de fuerzas tiró por tierra toda esperanza de faena, pues acabó rodando el animal varias veces como una pelota. Quizás acusó las carreras en banderillas, tercio que Ferrera cubrió con un desmesurado alarde de facultades.

En el cuarto ocurrió lo de los quites y requites. Todo mentira. En la muleta el toro se movió pero sin humillar, calamocheando con violencia. La faena fue una sucesión de enganchones hasta un desarme final.