La Fiscalía pide 24 años de prisión por asesinato para un hombre acusado de haber matado a su madre, con cuyo cadáver conservado en cal convivió durante más de un año, para vengarse de ella por los traumas que le causó al obligarle a crecer entre los negocios de prostitución que regentaba. Un tribunal popular juzga desde hoy en la Audiencia de Barcelona al presunto matricida, Enrique R.S., de 50 años, quien ha confesado haber matado a su madre en diciembre del 2002, acuchillándola en la nuca al tiempo que la asfixiaba, enfurecido porque una vez más había alquilado una habitación de la casa familiar a una prostituta para un contacto sexual.

Su defensa alega que el presunto matricida padecía alcoholismo y cometió el crimen tras beberse una botella de coñac y fruto de un arrebato, harto de la presencia de prostitutas y clientes en su hogar, por lo que pide su libre absolución o, alternativamente, que se le condene a cinco años de cárcel por homicidio con atenuantes. El crimen ocurrió en una de las habitaciones del piso que Enrique R.S. compartía con su madre, una "madame" de 68 años, en el barrio Centre de Esplugues de Llobregat (Barcelona).

Tras matarla, el acusado guardó el cadáver de su madre en su habitación y convivió con el cuerpo durante catorce meses, utilizando al principio ambientadores para disimular el olor y, después, cuando el hedor se hizo insoportable, semienterrándola bajo cuatro sacos de cal viva, ha explicado él mismo al tribunal. Fue un sobrino de la asesinada el que, en agosto de 2003, y extrañado por las inconsistentes excusas que le daba su primo por la larga ausencia de su madre, a la que dijo haber ingresado en un geriátrico, denunció ante la policía la desaparición de la "madame".

Acorralado por la policía ante la amenaza de un registro a su vivienda, el procesado acabó derrumbándose y confesando haber matado a su madre, a la que los agentes encontraron casi momificada. Entre sollozos, Enrique R. ha explicado que al matar a su madre pretendía "vengarse de ella" y de los traumas que ella le provocó, al obligarlo a participar desde los catorce años en los juegos sexuales para los que alquilaba las habitaciones de su casa, e incluso haberle propuesto en una ocasión mantener relaciones sexuales con ella.

Según el procesado, el carácter de su madre, dominante y absorbente, le convirtió en una persona retraída, sin ningún amigo y con una gran desconfianza hacia las mujeres, por lo que nunca tuvo ninguna relación de pareja que no fuera con prostitutas. "Hice muy mal, pero nadie sabe lo que he pasado por dentro", ha afirmado Enrique R., que vio el crimen como "la única manera de librarse de su madre" y de la dominación que ejercía sobre él la víctima, a la que entregaba el dinero que ganaba como taxista mientras que sólo recibía una pequeña paga para sus gastos.

Por este motivo, durante los 14 meses en que estuvo conviviendo con el cadáver de su madre, el procesado dilapidó 14 millones de pesetas con los que se compró ropa cara y frecuentó restaurantes de lujo, a los que sabía acudían hombres adinerados con señoritas de compañía. Su intención, ha insistido ante el jurado popular, era gastar los otros tres millones y medio que le quedaban en el banco y, después, entregarse a la policía, consciente de que su situación no podía durar eternamente.

Durante el año largo en que convivió con el cadáver de su madre, Enrique R. solía emborracharse e incluso hablar con la víctima, a la que reprochaba su profesión, un oficio que él nunca aceptó, y le echaba en cara que la fortuna que amasó ejerciendo de "madame" no le sirviera de nada, según su propio relato ante el tribunal.