TLtas pijas me odian. No todas, claro. Sólo las pijas cacereñas de Delmon , o sea, esas supernenas/megaseñoras pichirrubias y mechadas, hidratadas, siempre a plan, bronceadas de uva en febrero y de Costa Ballena en septiembre, de cutis bien nutrido, cuerpo bien castigado en el gimnasio de Rodríguez de Ledesma y Ray Ban galácticas. Pijas cacereñas de Delmon que compran sus Armani y sus Agatha no en las boutiques de San Pedro de Alcántara, sino en los montones de ropa superfashion de la muerte del mercadillo de Las 300 . Bueno... compraban. Porque hace ahora un año me dio por señalar en la columna los encantos de su puesto favorito del mercadillo y les espanté el chollo. Por eso me odian. Y es que al mercadillo cacereño venía cada miércoles una señora de Badajoz, cuyo nombre no voy a repetir, que colmaba los fondos de armario (gozosa expresión inventada en Cáceres por el modisto Leo Bernáldez en los años 60) de las chicas estupendas con sus ropas exquisitas a precios irrisorios: jerseis Ralph Laurent de verdad a 20 euros, auténticos trajes Burberrys de temporada a 60... Y todo así.

Pero contamos los secretos de Delmon , la señora se asustó y dejó de traer sus cajas secretas de tesoros textiles para pijas asiduas. Y ellas me odian, claro. Han tenido que volver a las boutiques de San Pedro y el bolsillo lo nota. Escribo esta columna tras regresar del mercadillo y ya no es lo que era: están las ricas de Casar de Cáceres, las señoras de San Blas y mi suegra y sus amigas, pero faltan mis pijas Del Montón . Yo las amo y ellas me odian.

*Periodista