TCtadalso fue desterrado de Madrid a Salamanca y Unamuno de Salamanca a Fuerteventura. Dante se tuvo que largar a toda prisa de Florencia antes de que fueran a por él y ya no regresó nunca a su ciudad natal. Goya fue interrogado por la Inquisición y acabó sus días en Burdeos harto de ser sospechoso en España. El arte de Kokoschka se entendió como degenerado en Alemania y el pintor hubo de refugiarse en Praga y Javier Figueredo, artista de Valverde del Fresno, puede ser condenado a seis días de trabajos sociales por convertir un toro de Osborne en vaca. Comparado con las otras, su pena parece menor, pero no deja de ser un castigo por haber llevado adelante uno de los mandamientos fundamentales del arte: provocar.

De todas las genialidades que Cáceres ha inventado para dar a conocer su aspiración a capital cultural europea, la única que ha merecido honores mediáticos ha sido la metamorfosis taurina de Figueredo. Y es natural, se trataba de una ocurrencia sugerente, graciosa y estimulante. El quiso demandar más interés cultural en Extremadura, dar un impulso a la capitalidad de 2016 y criticar la violencia de género. En Osborne no se enfadaron por la mutación, al fin y al cabo les reportó publicidad gratuita. Pero acabó en el cuartelillo de Casar de Cáceres, detenido por travestir a un toro. Si lo condenan a seis días de trabajos comunitarios, propongo que lo contrate el ayuntamiento cacereño para que proponga genialidades durante seis días a la oficina de la capitalidad cultural, antes de que nos lo fiche Córdoba.