TSte llama Lena Pfingstein. Es alemana, es colega y es amiga. Nunca la he visto más desesperada que una tarde de enero en que un guardia de Korschembroich le puso una multa porque una rueda de su Opel Vectra pisaba la raya azul del aparcamiento. Pero los alemanes son así de disciplinados. Para ellos, una infracción de tráfico es una tragedia, un baldón, una mancha en su expediente que los marca. Es más, creo que vi a Lena más afectada cuando la multaron que cuando una banda polaca le robó dos años después su Opel y se lo llevó a Bulgaria para venderlo. El robo no era un error suyo y no le provocaba remordimientos. La multa por aparcar mal, sí.

Qué diferencia entre los responsables conductores alemanes y esos conductores extremeños para quienes una multa es sólo un papel, la doble fila, una sana costumbre y el arcén, un párking muy recomendable. Aunque el colmo del aparcamiento salvaje lo encontré la otra tarde en el hospital Virgen del Puerto de Plasencia, que tiene un cómodo recinto cerrado donde se puede dejar el coche gratuitamente a resguardo del sol. Cuando lo visité, estaba prácticamente vacío, sin embargo, fuera, en los arcenes, en las esquinas y en los lugares más inverosímiles y prohibidos se veían decenas de coches mal estacionados: entorpecían el paso, se llenaban de polvo, se cocían al sol... Pero daba lo mismo. El extremeño prefiere aparcar su coche donde le dé la gana, aunque reciba una multa o un raspón, antes que ceñirse a la disciplina del párking.

*Periodista