TAt estas alturas ya sabrá usted que estamos en la semana de las movilizaciones contra la pobreza. Los políticos y la tele y la prensa en general no hablan de otra cosa. Hablar de la pobreza da de comer a mucha gente. Lástima que las palabras se las lleve el viento. Si alimentaran lo que un mediano chuletón, de la boca de ciertos políticos llovería maná. Pero es más frecuente que les confiemos nuestras esperanzas y nos devuelvan el cadáver de un sueño roto. De ahí el descrédito de la palabra. Los antiguos creían que una acción dice más que el más bello discurso, pero observe usted que, sobre los problemas importantes, la única acción que nos ofrecen son remiendos en un barco que se hunde. No hay que ser un lince para comprender que la lucha contra la pobreza empieza por poner orden en la demografía. Que mientras dejemos al albur el número de comensales que pueden sentarse al banquete de la vida, ni pobreza, ni vivienda, ni violencia, ni la salud del planeta tienen remedio. Por el contrario, en USA celebran el nacimiento de su bebé 300 millones, y en Madrid ya se han superado las expectativas demográficas previstas para el 2017. Un puñado más de gente y esto parecerá el camerino de los hermanos Marx. Tenemos hambre de soluciones y nos ofrecen palabras vacías. Por cierto, el rey de las palabras huecas, Paolo Coelho , ha firmado un contrato millonario con una casa de estilográficas de lujo, casi el mismo día que al banquero Muhammad Yunus le otorgaban el Nobel de la Paz por conceder créditos a los más pobres sin exigirles firmas ni avales: le basta con su palabra. Es la diferencia entre un cuentista y un hombre de acción.