TTtodavía hay quien llama poetisas a las mujeres poetas. Algunas han levantado su voz contra esa expresión, que parece dejar en un segundo plano el trabajo intelectual de muchas mujeres que, como muchos hombres, emocionan por sus palabras, y por sus silencios.

Hoy, en que las abogados son abogadas, las arquitectos, arquitectas (en contra de los deseos de algunas de ellas), y las jueces, juezas (a pesar de lo innecesario de feminizar lo neutro), resulta irritante encontrarse con una palabra que diferencia a los hombres de las mujeres utilizando una especie de diminutivo, para un término que, por su desinencia, bien podría ser entendido como femenino en sí mismo. No creo en la inocencia de las palabras. Yo prefiero llegar a vieja , y no a la tercera edad ; prefiero saber que los subsaharianos que saltan las vallas en Ceuta y Melilla, huyendo de una tierra que no puede amamantar a sus hijos, son negros , con la misma dignidad y la misma falta de exactitud que nosotros somos blancos , pero que será nuestra la responsabilidad si su color les impide el acceso a una vida digna; prefiero pensar que es ciego , el que no puede ver, y cojo , el que no puede andar. Y, puestos a preferir, preferiría que la mujer que escribe versos fuera poeta , y olvidarme de la poetisa . Afortunadamente, como dijo Rosa Regás cuando desveló el nombre del ganador del XXV Premio Felipe Trigo , los que no estamos de acuerdo con la mayoría, podemos ejercer nuestro derecho a disentir, igual que las que se alzaron --eso sí, democráticamente-- para defender que una poetisa se llevara el premio.