Se cerró la Feria de Olivenza con un nuevo éxito de público. Una plaza abarrotada para ver el cartel que más expectación había despertado y al ruedo fue saltando un encierro de Juan Pedro Domecq variado de pelaje, bonito de hechuras y en general de buena condición. El sexto, fue el prototipo de toro bravo que debe buscar un ganadero. Ante él, un Antonio Ferrera que había formado un auténtico alboroto con las banderillas. Se prestó el de Juan Pedro a que Ferrera jugueteara con él y le clavó cuatro pares con un público entregado, en pie y aplaudiendo a rabiar. Después, con la muleta, cuando el torero le cogió el ritmo, se relajó, le dio sus tiempos, se gustó y logró sacar naturales largos y de buen trazo, pero la espada de Ferrera no fue al objetivo y lo que pudo ser un triunfo clamoroso se quedó en una oreja.

El torero extremeño había cortado dos apéndices al tercero de la tarde, después de otro espectacular tercio de banderillas y una faena de muleta de mucha limpieza y pulcritud. El trasteo fue siempre a media altura, rematado con una buena estocada.

Ponce puso cara la tarde. Cuajó una gran faena al buen primero, con momentos de toreo alegre y variado. Tuvo mucha calidad el animal que abrió plaza y Enrique estuvo magistral, en plenitud y con exquisita técnica. Al cuarto, un toro noble pero soso, que embestía rebrincado, Ponce lo llevó a su aire, sin molestarlo, y dibujó muletazos por los dos lados, de uno en uno, de mucha plasticidad. Pero su obra no caló en los tendidos y no hubo premio.

El peor lote fue para Jesulín, que supo meter en la muleta al mansito segundo, dejándole la muleta siempre en la cara entre cada lance. Pero cuando el toro veía la puerta abierta, se quería rajar. Optó por irse a los tendidos de sol y allí arrancó la oreja. El quinto fue el garbanzo negro. Se quedaba corto, le costaba desplazarse y Jesulín estuvo mucho tiempo delante, dando demasiados pases sin contenido.