El toreo es muchas cosas pero antes de nada creo que es un arte de suprema inteligencia. Inteligencia para conocer al toro y para en cada momento saber el torero lo que debe de hacer. Hay quien dice que a los toreros inteligentes sólo se les admira, pero que su toreo no emociona. Creo que esa frase hecha no es cierta.

Ayer Enrique Ponce explicó que el toreo es una arte de suprema inteligencia y por ello nos emocionó. Fue ante el quinto astado, un toro al que se inventó el diestro de Chiva, Era un toro que en el capote mostró que andaba justo de fuerzas. En banderillas no demostró buena condición, pues cortaba y tenía querencia a tablas como manso que era.

Brindó Ponce a Israel Lancho e inició la faena por alto, sin molestar al animal, que confirmó su poca fortaleza. Después siguió con la mano diestra a media altura, pero el toro se quedaba corto. Le perdía pasos y el de Daniel Ruiz incluso se derrumbó. Ponce fue a por la espada de verdad porque no veía calor en el público.

Volvió al toro y porque este maestro no se da por vencido así como así, comenzó a torear al natural. Y con la muleta en la zurda poco a poco comenzó la sinfonía poncista. Primero los naturales brotaban de uno en uno. Muy estéticos, acompañaba Ponce con todo el cuerpo. Surgieron así dos tandas bellísimas, y volvió el torero a la mano diestra para ligar ahora los muletazos. El toro seguía ya como imantado el engaño y entre serie y serie el diestro daba tiempos, en lo que era un ir y venir de gran torería.

La faena fue cobrando altura de forma casi milagrosa, con muletazos de extrema belleza, como un pase cambiado seguido de un cambio de mano y el abaniqueó de extremo sabor. Ponce se había inventado un toro del que nadie sospechaba, y había dado una lección de lo que es torear a favor del toro, una lección de paciencia, suavidad, temple, expresión y torería. Por ello, el clamor con el que le despidió la plaza tras concluir la vuelta al ruedo con las dos orejas, fue de época.

Antes Ponce también había estado soberbio con el astado que abrió plaza, un toro noble pero al que el valenciano llevó con dulzura por ambas manos, para ligar series de gran expresividad.

Antonio Ferrera también brilló. Tuvo un primer toro que tuvo un buen pitón derecho, con el que tras mostrarse animoso con capote y banderillas, le hizo un trasteo en redondo con series en las que llevaba largo al animal. Fue una faena técnicamente lograda, que llegó a los tendidos.

Cuando Ferrera se puso de rodillas para recibir con una larga cambiada al sexto, acababa Ponce de explicarse. Y el torero extremeño no quería quedarse atrás. Por ello clavó seguidamente cuatro pares de banderillas. En la muleta el toro era sosote y le costaba repetir. Pero Ferrera le entendió, pues le perdía pasos y lo llevaba a media altura. Cobró dos tandas con la diestra de tres muletazos, con cambio de mano y el de pecho. El trasteo fue tomando altura cuando el torero pisó los terrenos de cercanías, para cobrar una gran estocada e igualar a Ponce en número de trofeos.

El Juli tuvo un lote poco propicio para el lucimiento. A su primero había que llevarlo porque le costaba ir hacia delante. Julián estuvo muy solvente cuando lo toreó en redondo, para acortar distancias y darse un arrimón de sinceridad extrema.

El séptimo fue deslucido pues iba con la cara alta y no repetía. En esa faena lució la firmeza de un torero de garra que, cuando el toro no embiste, él se arrima y pone la emoción que el animal niega. Cayetano no está en buen momento. El mansote cuarto iba y venía pero se lo pasó lejos. El octavo se defendía y con él estuvo más decidido el torero. Cortó un trofeo que supo a poco.