A mí me ponen muchísimo los hombres con sentido del humor, pero no lo típico de unas risitas o una media sonrisa, no. Tampoco los que cuentan chistes en la barra del bar, con el palillo en la boca y la caña siempre a medias. Me ponen los hombres que saben reírse de sí mismos y de todos, que nos arrancan primero un gesto de estupor y luego consiguen que nos brote un torrente imparable por la garganta. Así que en el día de los enamorados, aprovecho para decirlo: a mí me pone Ricardo Alarcón . Cubano (dejemos los tópicos, por favor), canoso, interesante, de esa edad mental indefinida en la que no sabes si reírle la gracia o mandarle al frenopático. Valiente donde los haya, bien plantado. Si no de qué iba a ponerse mi Ricardo, siendo presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, delante de unos estudiantes. Y con qué humor. Ni de concurso de murgas. Se lo cuento para que ustedes también se rían. Le pregunta un estudiante por qué los cubanos no pueden salir de la isla libremente, viajar, conocer mundo. Y mi Ricardo (ya verán cómo se parten), con su gracia cubana, le suelta que "viajar no es un derecho universal y que solo lo hace una minoría privilegiada. Y que si los seis mil millones de habitantes pudieran viajar a donde quisieran, la trabazón que habría en los aires del planeta sería enorme". Igualito que el chiste de si los tontos volaran, solo que mejorado. Con un humorista con esa caradura, cómo no va a seguir habiendo gente que defienda el régimen cubano como modelo de libertad. Si es que es para partirse, con un ataque de esa risa floja que no se sabe muy bien por qué, acaba siempre convertida en llanto.