Nadie está por encima de la justicia, ni tan siquiera los jueces. Garzón tampoco. Todos podemos interponer denuncias o querellas, hasta quienes rechazamos. Falange Española y la organización ultraderechista Manos Limpias también. Esa es la esencia de la democracia. Si alguna persona o entidad considera que una acción debe ser llevada ante los tribunales, puede hacerlo y si el juez ve que la denuncia tiene base, debe darle trámite. No hay que escandalizarse.

Una mujer con una balanza en la mano y los ojos vendados. Así se representa a la justicia. Ciega, atenta al fiel y al equilibrio de los platos. Así tiene que ser, lo contrario es coger lo que nos interesa y rechazar lo que nos molesta e irrita, pero si queremos democracia tenemos que asumir todo lo que la libertad conlleva, hasta el incremento de la inseguridad ciudadana que aparejada lleva la ausencia de la represión.

La libertad tiene un precio y el juez Garzón tiene razón cuando, a través de su abogado, expresa su respeto al Tribunal Supremo y la lógica del sometimiento a las reglas del juego. No me gusta que le juzguen. Lo considero capaz, justo y valiente, pero tiene que someterse a las normas del Estado de Derecho. Me gustaría que el alto tribunal no encontrara dolo alguno en su actuación (o actuaciones, ya que tiene tres causas abiertas), pero si la justicia no fuera igual para él que para el resto de los ciudadanos, entonces sería cuando deberíamos preocuparnos por la salud de nuestro sistema. No debería importarnos que fuera de España se escandalicen por lo que está pasando. La democracia funciona.

Desde lo hondo de mi corazón sé que Garzón no es un prevaricador. Creo que es un hombre que ama la libertad y defiende la justicia. Amar la justicia y defender la libertad es aceptar lo que está ocurriendo.